Las pruebas PISA captan estos días la atención de todos los medios. No son fáciles, las explicaciones del bajón de los resultados en Cataluña, ni es momento de hacer interpretaciones sin un análisis en profundidad de nuestro sistema si queremos evitar caer en visiones sesgadas y simplistas. Sin embargo, se ha desatado un alud de opiniones. Los políticos de la oposición aprovechan para pintar el paisaje de un país en ruinas. Desde la derecha española más rancia se volverá a acusar a la lengua catalana de todos los males y se aprovechará también para cargar contra las últimas reformas de los socialistas. También hemos podido escuchar a los reaccionarios del gremio de la educación que —desde el mito del paraíso escolar perdido— siempre denigran todo lo que suene a innovador y apelan a un regreso al pasado reclamando más repeticiones, más suspensos y más exigencia. La gran paradoja oculta es que los opositores al aprendizaje competencial den tantísimo valor a unas pruebas, las PISA, que se realizan por competencias. También están quienes reclaman más recursos y apuntan a invertir más en un sistema que no ha resuelto bien su complejidad.
Desde el gobierno se han anunciado los resultados como si no fueran ninguna sorpresa, al tiempo que se ponía en duda la fiabilidad de la muestra OCDE, cuando de hecho siempre la corrobora cada país, en nuestro caso a través del Consejo Superior de Evaluación . Tampoco ayuda demasiado decir que la causa de todos los males es el alumnado más vulnerable. La escuela catalana siempre ha sido de integración y acogida: somos y hemos sido tierra de inmigrantes.
La OCDE nos permite compararnos con otros países y otras comunidades autónomas, pero hay unas especificidades de nuestra realidad que desaconsejan trasladar fórmulas que funcionen en otros contextos. Por eso lo necesario —aunque nos comparamos con otros que tienen menos alumnado inmigrante— es seguir pensando que somos territorio de frontera, sometido a ciertas tensiones que nos obligan a pensar soluciones propias que estén a la altura de la complejidad de nuestro sistema . Los ministros de muchos países han respondido a los nuevos datos con propuestas, no con excusas. Aquí las propuestas, por ahora, son de continuidad.
Lo que me parece más preocupante de lo que se dice es pensar en los últimos años reflejados por el PISA. ¿Cuáles han sido los grandes debates de educación? ¿Cuáles las reformas que se han hecho? ¿No hemos vivido más bien una serie de pequeños cambios que han generado dispersión? El cambio de calendario escolar con el adelanto de unos días en septiembre, ¿qué ha aportado? ¿Quién evaluará el impacto de la bajada de ratios que se sigue reclamando desde el mundo sindical y proponiendo desde el gobierno? ¿Seguro que, sin más matices, es la buena solución? ¿Cuántos cambios han llegado a trancas y barrancas a los centros con el nuevo currículum, el nuevo calendario, el plan de impulso del catalán, la nueva estrategia digital? ¿Cómo estresados los centros? ¿De dónde viene el malestar del profesorado? Y, en medio de tantos cambios, ¿cuáles han sido las mejoras? Las mejoras reales: constatables, avaladas por la investigación, evaluables, documentadas.
Hay que distinguir entre las políticas del gobierno y la gobernanza de las escuelas, que incluye los sistemas de decisión y evaluación en el aula, en el centro, en la zona y el sistema. Gobernanza significa temas como autonomía de los centros, direcciones, contratación de profesorado, formación de los docentes en los centros, coordinación de los equipos, relación con las familias o gestión de los horarios. Si, como todo el mundo parece coincidir, nuestro malestar es sistémico -que significa que el problema de fondo es el propio sistema educativo en su conjunto- ¿qué es lo que falla en nuestra gobernanza? Quien se atreve a plantear la pregunta que se deriva de los datos: por qué la escuela concertada catalana no participa del bajón general y tiene resultados por encima de la media OCDE y de la media de la Unión Europea tanto en matemáticas como en lectura y ciencias ? Cuando hablamos de contextos sociales equivalentes, ¿qué se puede aprender de las escuelas de iniciativa social en cuanto a su gobernanza?
En educación es necesario poner las luces largas. Lo sabemos lo suficiente: los tiempos educativos no son los de los ciclos políticos. Recuerdo aún ahora los aplausos —no hablo en sentido metafórico— cuando se anunció el bajón de ratios. ¿Son los aplausos del minuto cero lo que debe guiar las políticas educativas? ¿Queremos cambiar o queremos mejorar? Porque las mejoras, a diferencia de los cambios, sí se constatan a largo plazo. Cambiar es fácil, pero lo difícil es mejorar resultados y al fin y al cabo son los resultados lo que cuenta. Es hora de revisar y tomar decisiones consensuadas, contando con aquellos que están a pie de aula, los docentes y las direcciones. Tiempo para actuar y dejar de mirar hacia otro lado.