1. Un mapa. Si se quieren sacar conclusiones de las elecciones gallegas, miremos a la izquierda. A la derecha, el PP se ha mantenido, como preveían las encuestas, con el factor añadido de que perder la Xunta habría sido probablemente el fin de Feijóo y que ahora se alarga un poco su vida. La cuestión de fondo está en el mapa autonómico. Galicia se suma a Catalunya y a Euskadi (y en parte al País Valenciano) al dar un papel central a los nacionalismos a la hora de formar mayorías de gobierno alternativas a la derecha, y más en un momento en el que la izquierda podemita que agitó el país e hizo caer al PP se encuentra en estado de melancolía. El gobierno español sale sensiblemente afectado de la primera prueba de un nuevo ciclo electoral. Sánchez necesita recuperar iniciativa.
El PSOE no paga la amnistía –si hubiera sido así, su voto habría ido al PP o a la abstención– sino la complejidad del espacio alternativo a la derecha, especialmente en las nacionalidades históricas. El Bloque, al consolidarse como el segundo partido gallego, hace –guardando todas las distancias– el papel de Bildu en el País Vasco, y pone en evidencia la dificultad de los socialistas para hacerse un hueco en los diversos sectores de la izquierda periférica. Al mismo tiempo, pese a ser cierto que la extrema izquierda nunca ha hecho demasiado hueco en Galicia, el batacazo de Sumar (y de Podemos, cada vez más cerca de la desaparición) es una advertencia que no puede pasar desapercibida. Y que confirma la eterna enfermedad infantil del izquierdismo, siempre caminando en el precipicio de los rencores entre egos vestidos de redentores y la eterna psicopatología de las pequeñas diferencias.
Simplemente Galicia se apunta a la consolidación de un nuevo mapa político español: en un lado, el PP, con Vox en la espalda; en el otro, cada vez más poblado, la izquierda y los nacionalismos periféricos. Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que todo se resolvía con mayorías absolutas, o con el recurso a los partidos de doble valencia, la derecha catalana y vasca (CiU y PNV), siempre dispuesta a aportar el plus necesario al que llegaba primero. El domingo gallego lo que ha hecho es confirmar que el puzzle que necesita el PSOE para gobernar cada vez tiene más piezas y, por tanto, más dificultades para componerlo. Con el factor añadido del mal momento de sus socios más naturales (Sumar-Podemos), en situación inquietante y riesgo de desbandada.
Sin embargo, tampoco lo tiene fácil el PP, que necesita una apertura de mentalidad que le dé capacidad de ampliar alianzas. Y habiendo hecho de los nacionalismos periféricos –antiguos socios recurrentes– el enemigo a abatir, habrá que ver hasta dónde es capaz de ensanchar vías hacia el centro y reducir la dependencia de Vox. Esa amnistía que el PP tanto detesta, paradójicamente, podría abrirle el camino a cierto reencuentro con las derechas periféricas.
2. Derecho de muerte. Sin embargo, que los árboles no nos impidan ver el bosque. Si una noticia debe retener nuestra atención ahora mismo es la muerte (creo que lo podemos llamar ejecución, aunque haya sido a plazos) de Aleksei Navalni, víctima del neototalitarismo ruso. En el régimen dictatorial impuesto por Vladimir Putin, no existe alternativa. Quien dé un paso, por mínimo que sea, ya sabe cuál es su destino. En la Rusia de Putin las autoridades tienen derecho de muerte sobre los ciudadanos. A quien molesta, se lo liquida. Todo comienza y termina allí mismo, la voluntad del todopoderoso. Y a esto se le llama totalitarismo: la pérdida de la noción de límites: “Todo me está permitido”. Y precisamente en ese momento Estados Unidos fallan, los parlamentarios trumpistas tienen parada la ayuda militar a Ucrania, mientras Rusia gana terreno.
Es inquietante la actitud americana, negándose a detener a Netanyahu en Israel y a asistir a Zelenski para que Ucrania pueda resistir. Tenemos la guerra encima, por dos lados, mientras Trump desde América da alas a los agresores. El mero hecho de reconocer a Putin es una amenaza para todos. En el desconcierto político que viven los EE. UU., las salvajadas ganan fuerza. Y a Europa le cuesta defenderse sola. Como dice la historiadora Sophie Baby, "si obviamente la Historia no acabó con la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, sí consagró la victoria ideológica y simbólica de la democracia". No nos durmamos: estamos volviendo atrás.