¿Junquerismo sin Junqueras?

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El presidente de ERC, Oriol Junqueras, durante su comparecencia

BarcelonaEn política no hay dos crisis iguales, pero sí que hay partidos más acostumbrados a sufrirlas que otros. ERC, por ejemplo, es un experto. Los republicanos sufrieron fuertes crisis a finales del 80, cuando el mítico Congreso de Lleida despegó Àngel Colom en detrimento de Joan Hortalà, que se escindió y acabaría en CDC; en 1996, cuando Àngel Colom y Pilar Rahola también se escindieron para crear el PI (y también acabarían el primero dentro y la segunda en la órbita de CDC), y en el período 2008-2011, cuando Joan Puigcercós llegó a la secretaría general en unas primarias en las que concurrieron hasta cuatro candidaturas y que acabaron con el batacazo electoral de 2010 y el posterior relevo en la figura de Oriol Junqueras.

Si se mira bien, todas las crisis tienen en común el debate sobre la autonomía del partido respecto a los dos proyectos mayoritarios de la Catalunya contemporánea, PSC y CiU (ahora Junts). En este sentido, la crisis de 2010 es la que tiene más paralelismos con la actual, puesto que se produce por un mal resultado electoral tras ocupar responsabilidades de Gobierno. De hecho, históricamente parece como si el electorado no premie nunca la acción de gobierno de Esquerra, sino más bien un partido catalizador de cambios, pero no de gestión. En el 2010, después del segundo tripartito, ERC pasó de 21 diputados a 10.

Sin facciones ideológicas

Pero existe una gran diferencia respecto a esa crisis. Y es que hoy ERC no está dividida en diferentes facciones ideológicas o sectores más o menos enfrentados, sino que, fuera de los dos extremos que representan, por un lado Joan Tardà y por otro el Col·lectiu 1-O, todo el partido está cohesionado en torno a las tesis que ha defendido su líder en los últimos años. Nadie cuestiona el giro pragmático post 1-O de Junqueras, su apuesta por la negociación y por ensanchar la base defendiendo políticas sociales (un esquema que en realidad venía de Carod-Rovira, el auténtico padre de la criatura, y después copiaría EH Bildu con un éxito espectacular) para poder, algún día sí, construir una mayoría amplia a favor del referéndum y la independencia y con apoyos de los sectores estratégicos del país, algo que no estaba en el 2017.

Por tanto, lo que se plantea por parte de los que le están haciendo un pulso es un proyecto junquerista pero sin Junqueras. Aquí se mezclan argumentos estratégicos con otros más de carácter personal. Lo estratégico es que, partiendo de la base de que el Proceso ha sido un fracaso, hay que soltar lastre (sobre todo el emocional de la cárcel y el exilio) y apartar de primera línea a todo el mundo que estuvo involucrado. Pero también existen críticas al estilo personal de ejercer el poder (o no ejercerlo) de Junqueras durante todo este tiempo. Hoy es habitual oír a personas blasmante a Junqueras cuando hace no tanto le elogiaban como un gran líder. La política tiene estas cosas.

Al otro lado, el propio Junqueras considera que, precisamente como protagonista del 1-O y sufridor en propia carne de sus consecuencias (tres años y medio de cárcel), es la mejor persona para culminar esta transición y para no repetir los errores del pasado. De hecho, lleva años preparándose para ese momento, habiendo cogido una cierta distancia con la gestión del Gobierno (para desesperación de Aragonès y los suyos), y recorriendo el territorio para verse con todo el mundo. Ahora habrá que ver si recoge sus frutos o la ola del batacazo del 12-M le pasa también por encima. Pero todo apunta a que hasta que los críticos/renovadores encuentren a un líder capaz de plantarle cara, Junqueras no desistirá. Porque, razonan, si debe continuar el junquerismo, ¿quién mejor para encarnarlo que el propio Junqueras?

Eso sí, gane quien gane, será necesario que ERC haga una auténtica relectura crítica del Proceso y proponga una nueva hoja de ruta adaptada al nuevo país que sale del 12-M. Y si lo hace con éxito, tarde o temprano Junts también tendrá que seguir sus pasos.

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