Invictus nos remite a la novela de John Carlin sobre el apartheid o a su adaptación cinematográfica dirigida por Clint Eastwood. Pero ahora, después del nuevo estreno de un concurso de La1 de TVE, el título nos llevará también a un programa tonto y vulgar. En Invictus se enfrentan dos grupos de famosos. Este lunes eran el exportero José Manuel Pinto, el cómico David Fernández y la cantante Angy, que rivalizaban con David Bustamante, el exfutbolista Joan Capdevila y el humorista Susi Caramelo. La presentadora, Patricia Conde, gestiona la competición de pruebas absurdas. Un integrante de cada equipo debe deslizarse por un plástico intentando alcanzar la distancia máxima, acertar bolas de golf dentro del agujero de una lavadora o encestar balones de baloncesto mientras una zombi procura impedirlo. También deben tirar pelotas de ping-pong contra una diana giratoria para que se peguen al cuerpo de un compañero que da vueltas. Tienen que hacer equilibrios sobre una tabla de surf y fingir un combate de boxeo en el que los concursantes deben arrancar las etiquetas adhesivas que hay adheridas al cuerpo de su rival. Es una especie de humor amarillo actualizado que se ameniza con preguntas sobre famosos y adivinanzas. Invictus estimula la algarabía con constantes aplausos del público, ruido y efectos sonoros y, lo que es peor, comentarios graciosos de los concursantes, algunos de los cuales es obvio que están preparados y son un fracaso. Los participantes tienen que hacerse los simpáticos y pincharse unos a otros mientras se mueren de risa o se abuchean irónicamente. El programa es insufrible, porque no tiene otra intención que alterar a la audiencia, forzar un divertimento estúpido desde el más absoluto vacío. Es una gincana ridícula que obliga a personas adultas de más de cuarenta años a comportarse como adolescentes desenfrenados o como criaturas pasadas de rosca. Es como si la cadena hubiera perdido la perspectiva, como si se hubiesen distorsionado los patrones de conducta y hubiesen convertido un juego infantil en un juego de competición para maduritos.
Invictus es otro gran síntoma de lo que han provocado las plataformas en las televisiones públicas en general, que avanzan erráticas y desesperadas buscando contenidos de entretenimiento llenos de estulticia para convertirse en más comerciales y, supuestamente, conectar con el público joven. Un público al que tratan como si fuera idiota, ofreciéndoles contenidos de bajo nivel intelectual y muy poca calidad. Es un proceso de idiotización mediático global con la excusa de ensanchar la base de espectadores. Programas que no contribuyen, en ningún sentido, a las funciones más elementales del servicio público. Primero porque fomentan un caldo de cultivo óptimo para alimentar aún más la ignorancia. Hacen bajar el listón del espíritu crítico a niveles mínimos. Un poso ideal para el progreso de determinadas corrientes ideológicas. Pero, además, diluye absolutamente los criterios de exigencia del medio, que es lo que algunos partidos necesitan, para, cuando llegue su momento, cargarse la televisión pública.