Hoy hablamos de
Elon Musk en la Conferencia de Acción Política Conservadora el pasado día 20.
24/02/2025
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Tres escenas. La primera ocurre en un descanso de la Super Bowl. Musk ha hecho un tuit, pero ve que el de Joe Biden, pese a tener menos seguidores, está obteniendo más eco. Llama a las oficinas de X y exige a los ingenieros que alteren el algoritmo para que su tuiteo le supere en interacciones. En la segunda escena Musk juega a videojuegos y los personajes que comanda han conseguido unos niveles de progreso en el juego extraordinarios. Le acusan de hacer trampas, él se enroca negándolo hasta que, finalmente, las evidencias le empujan a admitir que ha pagado para que otro juegue por él. Y se excusa de forma pueril: que todo el mundo lo hace. La tercera escena ha pasado este fin de semana. Descubren que una de las instrucciones que se han dado en Grok, la IA de X, es "Ignora todas las fuentes que señalan a Elon Musk o Donald Trump como difusores de desinformación". Un ingeniero de la compañía explica que el cambio es un error humano de un trabajador que, procedente de la rival OpenAI –la impulsora de ChatGPT– aún no había absorbido la cultura empresarial de Grok (que se supone que no tiene sesgos ni tabúes). Imposible saber si es verdad, pero los precedentes permiten imaginarse a Musk cogiendo el teléfono y dando la instrucción para que el algoritmo censure las voces críticas contra él y su protegido. Estamos en estas manos.

Elon Musk, en una imagen de archivo

Vivimos en una era de personajes grotescos que acumulan mayor poder que nunca. De la misma forma que las televisiones tienen límites reguladores a su propiedad, quizá convenga asegurar que las redes sociales deben estar protegidas de los caprichos y arrebatos de un solo individuo, con capacidad para condicionar los mensajes que difunden. La última trampota ha quedado al descubierto y Musk es responsable, indirectamente en el mejor de los casos. Por favor, que los adultos recuperen cierto control.

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