Este sábado, en La 1, Informe semanal ofreció un reportaje que se esforzaba en arriesgar en el planteamiento narrativo: un único plano secuencia de doce minutos. Ningún corte en la grabación. Servía para enseñar la exposición Maestras del recién inaugurado Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Se recogen las obras de varias mujeres artistas ignoradas por la historia del arte más tradicional a lo largo de cinco siglos: Artemisia Gentileschi, Angelica Kauffman, Clara Peeters, María Blanchard, Suzanne Valadon, Mary Cassatt...
La cámara fluye a través de las salas y pasillos de la exposición, centrando la atención en algunas obras específicas. Esto sirve para ampliar su contexto. El suave trayecto se detiene en algunos expertos, que esperan por el camino y profundizan en el papel de estas mujeres, sus creaciones y el mundo que representan.
Es un ejercicio visualmente emocionante. A la tensión y el suspense que aportan esta técnica cinematográfica del plano secuencia se suma la intensidad y la delicadeza de las obras. El reportaje facilita esa inmersión en el espacio a través del movimiento de cámara. Crece la percepción de realismo y se establece una conexión emocional superior con lo que se está mostrando.
La complejidad de este ejercicio recae sobre el operador de cámara, Ignacio Villanueva. Durante doce minutos se desplaza por el museo con destreza, como si flotara, procurando que no se aprecie el titubeo del movimiento para seguir el recorrido preestablecido. A nivel fílmico puede que no sea un ejercicio absolutamente perfecto. Pero en algún momento puntual intentan compensar las imperfecciones a través de la locución en off. Hay un momento en que la cámara se aleja de una obra de Judith Leyster y se produce un ligero desenfoque del cuadro. Y la voz en off de Carlos del Amor, el autor del reportaje, lo incorpora como parte de la narración: “Artistas a los que la historia se empeñaba en no enfocar bien, en tratar como un fallo de ese relato”. Carlos del Amor aparece de forma intermitente a lo largo del recorrido visual para entrevistar a los especialistas en arte, pero su narración es omnipresente. Su voz, añadida en la postproducción, va orientando la mirada del espectador para que se fije en detalles y escenas. Pero como es habitual en este periodista, su narrativa refistolada y ramplona acaba resultando empalagosa. Hablando de las imágenes representadas por las pintoras, recita con entonación afectada: “Hay solidaridad, hay sororidad, hay mensajes ocultos en botellas lanzadas al mar del arte que podemos leer y escuchar hoy” o “En el Museo Thyssen las mujeres se abrazan a la historia y miran de tú a tú a los constructores de relatos”. O “Era el relato, el maldito relato, ese que salta por los aires en estas salas”, todo dicho con pausas y tono artificioso. No hace falta añadir dramatismo cuando las imágenes se explican tan bien por sí mismas. El exceso de artificio narrativo del periodista toma espacio a las artistas, que son las merecedoras de todo el protagonismo, en un ejercicio televisivo quizá innecesario pero atrevido y distinto.