Los cursillos de feminismo no reeducarán acosadores ni violadores
A raíz del escándalo del caso Errejón, Sumar ha intentado salir del paso anunciando, entre otros propósitos, que realizarán un curso obligatorio de feminismo para todos los cargos del partido. Ya se entiende que, con el agua en el cuello y la credibilidad en entredicho, cualquier medida que puedan anunciar para salir del paso les parece buena. Por supuesto, un curso de feminismo no duele a nadie y si sirve para evitar a una sola víctima, ya habrá merecido la pena. Ahora bien, si el cursillo se interpreta como una solución de garantía para reeducar acosadores, violadores, sociópatas y cualquier variante de maltratador, esta medida es una operación de maquillaje inútil. Porque el problema de estos personajes no es de falta de información. La prueba es el propio Errejón, que la teórica demostraba tenerla bien aprendida. Parecía el hombre más instruido en feminismo de todo el hemiciclo. Otra cosa era la práctica, porque, pobrecito, la vida neoliberal le confundía. Los abusadores suelen ser personajes perfectamente camuflados que cara a la galería demuestran tener la lección bien aprendida. Tan bien aprendida que incluso saben con qué mujeres mantener la compostura y con otras otras, actuar con impunidad. Saben elegir los momentos y lugares, saben aplicar la retórica de la coerción y también han desarrollado un discurso para adaptarse al medio y no parecer quienes realmente son. Y esto evidencia un elevado conocimiento de lo que está bien y lo que está mal. Otra cosa es que, cuando saben que es el momento adecuado, se sientan con el poder para hacer lo que les sale de la bragueta.
Basta con leer la carta de Errejón para comprobar la cantidad de literatura pseudointelectual que son capaces de añadir a su comportamiento para justificarlo. Desde el vocabulario más ramplón al victimismo más patético. Atribuyen sus males al inmenso esfuerzo que han dedicado al bien de los demás y son capaces de desdoblarse en distintos “yo” y hacer referencia a su indignidad como si hablaran de otro. Hablan de cuidados, de salud mental y de empatía. Y a su mierda le llaman “subjetividad tóxica”, como si fuera un problema de percepción de los demás. Matrícula de honor.
Los cursillos de feminismo no reeducarán ninguno de estos imbéciles. Son como los infractores reincidentes con los cursos para recuperar los puntos del carné de conducir. Envían a su madre, después de haberle atribuido las denuncias de tráfico. Porque más allá de tomar apuntes como un perfecto aliado, o resoplar de aburrimiento como un macho primario, no están allí para explorar la dimensión de su conducta: “Señorita, de vez en cuando me gusta fotocopiarme la titula y poner las copias en el cajón de mis compañeras de oficina. ¿Eso no cuenta como acoso, verdad?”, “Señorita, ¿cuál es el límite de whatsapps que puedo enviar para presionar a una mujer para que cene conmigo? ¿Cincuenta son demasiados?”, “Señorita, un amigo me dice que la cena de Navidad de la empresa no sirve de tregua para echar mano a las colegas, ¿es verdad?”.
Es muy positivo que todo el mundo adquiera conocimientos sobre feminismo. Pero tampoco podemos caer al convertir el respeto y los valores más elementales en una especie de ejercicio de gran dificultad que requiere un curso de formación especial. O que para relacionarse saludablemente con las mujeres es necesaria supervisión académica. No podemos reducir los acosadores a hombres poco ilustrados, porque la mayoría se la saben muy larga. Ya les iría bien eso. Unos tendrán la excusa de no haber tenido acceso al curso, y otros tendrán todavía la barra de enseñar el diploma, como garantía de su integridad.