¿Las niñas de 8 años necesitan cremas antienvejecimiento?

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Una niña poniéndose crema en la cara

Vivimos en una sociedad que, claramente, venera a la juventud y demoniza a la vejez, y nos condena indefectiblemente a una frustración vital crónica y profunda, porque el paso del tiempo –y sus consecuencias en el cuerpo– es inevitable (al menos de momento ). Pero el envejecimiento, más allá de sus efectos biológicos, es claramente una construcción cultural, un proceso político para controlar y jerarquizar a la sociedad, con sesgos claros de clase y género. Constantemente estamos construyendo lo que significa ser viejo o ser joven, algo que es diferente en cada momento histórico.

La consideración de la infancia como estadio vital particular se inició bajo el Romanticismo, haciendo que, por primera vez, niños y niñas vistieran diferente a los adultos. El paradigma capitalista industrial también puso en valor a la juventud, por considerar menos productivos los cuerpos más maduros. A inicios del siglo XX las mujeres empezaron a experimentar la presión por los signos de la edad, a raíz de una industria cosmética que descubrió que mermar su autoestima era un efectivo gancho comercial. Las revueltas juveniles de los años 60 bajaron diez años la edad del estereotipo de belleza femenina y plantaron la semilla de un culto a la juventud que no ha dejado de crecer. Si preguntamos hoy en día cuando comienza la vejez, muchos determinan la jubilación, aunque estamos otra vez en una cuestión más social que física. Para el sector de la moda, las mujeres –que no los hombres– comienzan a envejecer a los 30 años. Pero ¿y si esta pregunta la hacemos en el sector cosmético?

A juzgar por el fenómeno de las Sephora kids, las mujeres empezamos a envejecer desde que tenemos uso de razón. En TikTok reciben miles de visitas vídeos de niñas, que en algunos casos rondan los 3 años, que nos cuentan sus rutinas faciales. Hidratar la piel está claro que no duele a nadie, pero en este caso, por imitación deinfluencers más grandes, emplean una cantidad ingente de productos: jabón facial o producto limpiador, tónico refrescante, mascarilla facial, crema hidratante, corrector de gafas, hidratante labial, rubor de pómulos, rímel de color o transparente para pestañas y cejas, gloss labial e iluminador, entre otros. Unos vídeos catalogados dentro de los GRWM (get ready with me) que, a través de los tutoriales, publicitan unos productos que superan los 70 euros y que contienen sustancias como retinol o ácido hialurónico. Muchas marcas, que ya han captado la oportunidad de negocio en esta franja de edad, han diseñado unos envases con colores atrayentes, ilustraciones cuquis y funcionamientos lúdicos, más cercanos a un juguete que a un tubo de crema. De hecho, en los tutoriales, la manipulación de estos envases es fundamental, no sólo por el atractivo visual sino por la experiencia sonora que cautiva por el efecto ASMR. Unos vídeos donde las niñas a menudo aparecen acompañadas de unas madres, que dirigen y espolean estas prácticas manifestando lo orgullosas que están de ellas por haberse cuidado la piel.

Tal y como alertan los dermatólogos, el uso de todos estos productos en pieles tan inmaduras está provocando afecciones en la piel, pero, posiblemente, los agravios son más preocupantes a nivel psicológico. En primer lugar, porque se está provocando una clara adultización del niño con unas prácticas que no les corresponden por edad, en detrimento de las que sí son propias. En segundo lugar, para constatar la existencia de un pretty priviledge que asegura el éxito social si se alcanza unos estándares corporales normativos. En tercero, para iniciar a unas criaturas en el consumismo más agresivo, hasta el punto de convertirlas a ellas en un producto más. Y por último, por el hecho de asumir desde pequeñas que la autopercepción pasa por la valoración que tienen los demás de nosotros. Y yo me pregunto: cuando decaiga su momento de fama, después de tiempo de ser sobreexpuestas e idolatradas, ¿quién recogerá todos los pedazos de estas criaturas?

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