EDITORIAL

El peligro de convertir la universidad en un mero negocio

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la inauguración del curso académico 2024-25 de las Universidades públicas madrileñas.
03/12/2024
3 min

El informe anual de la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CYD) sobre la evolución y las características del sistema universitario estatal muestra cómo los centros privados, además de crecer cada año, captan cada vez a más alumnado. En concreto, desde el año 2010 las universidades privadas han ganado 125.000 alumnos mientras que las públicas perdían 220.000. Es curioso que el año con mayor afluencia de alumnos en la universidad pública fue el curso 2011-12, hace más de una década. Es verdad que la gran mayoría de estudiantes universitarios todavía se matriculan en la pública, un 80%, pero este porcentaje era del 88% en 2010.

Este aumento de alumnado también se explica en parte por la proliferación de universidades privadas en los últimos años, un fenómeno que se concentra básicamente en Madrid, donde ya hay 19 privadas –y no todas de calidad– por sólo 6 públicas, y en Andalucía, que pronto pasará de un solo centro privado a seis. En cambio, en Catalunya esta explosión de la universidad privada no se está produciendo y el sistema se mantiene estable desde finales de los años 90, con ocho universidades públicas y cuatro privadas. Pronto en España, cuando se dé luz verde a las últimas 5 universidades privadas que lo han pedido, habrá 46. Sólo cuatro menos que públicas, que son 50.

El problema, evidentemente, no es la idea en sí de la universidad privada, que puede llenar vacíos de demanda de la pública y convivir con ella de forma armónica, sino que este crecimiento responde más a la implantación de un modelo guiado por criterios más económicos que de calidad y rigor académicos. El caso de la Comunidad de Madrid es paradigmático. El apoyo del gobierno autonómico a la apertura de nuevos centros privados, incluso incumpliendo los requisitos mínimos de calidad que marca el ministerio, se acompaña de una asfixia premeditada del sistema público. No en vano, los seis rectores de las universidades públicas madrileñas enviaron una carta a la presidenta Ayuso para reclamarle un aumento presupuestario de 200 millones. Este martes el gobierno madrileño ha accedido a aumentar la partida en 47 millones. Antes, el rector de la Complutense, Joaquín Goyache, había tenido que salir al paso de unas declaraciones de Ayuso en las que afirmaba que esta universidad estaba "colonizada" por la izquierda y repartía títulos "como churros". La ofensiva de Ayuso, pues, no es casual, responde a un prejuicio ideológico y tiene, como decíamos, una vertiente económica e ideológica.

La enseñanza superior privada es un negocio creciente, sobre todo en el caso de las titulaciones online, que permiten tener alumnos matriculados de todo el mundo con una infraestructura mínima. Pero la universidad no son sólo clases, sino que es investigación y transferencia de conocimiento. La proliferación de centros privados puede acabar repercutiendo negativamente en el prestigio del sistema en su conjunto. Desde este punto de vista, Cataluña mantiene un buen equilibrio entre los dos modelos y no tiene ninguna universidad nueva desde 1998. El camino debe ser siempre apostar por la calidad y la equidad del sistema, y ​​esto no se logra si se ve la enseñanza superior más como un negocio que como la herramienta más poderosa del ascensor social. Otra cosa es qué demanda cubren las privadas y si la universidad pública debería revisar las plazas de algunas carreras necesarias y demandadas como, por ejemplo, medicina.

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