Los resultados del informe PISA son los peores que ha tenido nunca Cataluña. La sacudida es fuerte, grave. Llevamos años llenándonos la boca con la importancia de la educación para el futuro del país y, sin embargo, la evidencia es que estamos yendo atrás, cada vez peor. Y no vale echarle las culpas a la pandemia oa las pantallas, porque tanto el coronavirus como la invasión de los móviles ha pasado y pasa por todas partes. Y, en cambio, según los datos PISA, Catalunya está mucho peor que el conjunto del Estado y por debajo de la media de la OCDE. En especial, destacan en negativo dos pilares primordiales de la formación: la comprensión lectora y las matemáticas. Al margen de que la tendencia general sea de retroceso del nivel educativo en todo Occidente, algo debemos estar haciendo peor si estamos peor.
Si queremos salir de ese callejón sin salida en el que nos hemos metido, lo primero es reconocer el problema y realizar autocrítica. Las culpas deben estar repartidas. En segundo lugar, toca radiografiar la situación con valentía, diciendo claramente dónde están las debilidades del sistema. Hay que perder el miedo o no saldremos adelante. Si se consigue realizar un diagnóstico diáfano e inteligente, será más fácil identificar soluciones y buscar consensos para implementarlas. Y todo esto es necesario hacerlo con celeridad, porque la situación es de emergencia. El informe PISA nos dice que cada vez hay más adolescentes que terminan la educación obligatoria sin los mínimos. ¡Los mínimos! Y también que cada vez hay menos estudiantes excelentes. Fallamos por arriba y por abajo. Estamos igualando hacia abajo. ¡Y atención!: en realidad, ya hace tiempo que había señales de alarma, mucho antes de la pandemia. Las PISA de 2018 fueron un toque de alerta que no se supo leer ni compensar.
¿Dónde están las principales debilidades? ¿Dónde se debe actuar prioritariamente? Primero: el alumnado de origen migrante y el de entornos vulnerables son los que sacan peores resultados. Urge, pues, mejorar su acogida, atención y distribución entre los centros. Segundo: sobre los métodos, la innovación –lo dice el propio PISA– no es ni buena ni mala en sí misma, depende de cómo se aplique: no se debe renunciar, pero tampoco debe sacralizarse cuando no da los resultados esperados por varias razones. Hay que aterrizar las experiencias en la realidad de cada centro, con autonomía de actuación, y prestando atención a la esencia: lectura y matemáticas. Tercero: la jornada compactada, incorporada en el 2012 y que hoy tienen el 80% de institutos, parece contraproducente. De hecho, cada vez se realiza en menos países. Los horarios de estudio y calendarios influyen, y mucho. Cuarto: junto a la estabilización laboral de los docentes, necesaria, es necesaria más evaluación, más rigor y calidad. Faltan direcciones fuertes y resultados. Sin la implicación de la profesión no habrá mejoría. Quinto: la sobreprotección de los niños y niñas –tanto en las familias como en la escuela– no les ayuda; la exigencia bien acompañada, sí.
El esfuerzo que se está haciendo actualmente desde la administración –Gobierno y ayuntamientos– a la hora de verter recursos en centros vulnerables y de contratar docentes para todo el sistema es relevante, pero no será suficiente. Es necesario un gran pacto nacional por la educación. Es urgente e imprescindible. Y no vale con una pequeña mejora en el próximo PISA. Necesitamos una gran mejora. Nos jugamos el presente y el futuro del país.