Algunas verdades sobre la política de la mentira

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Rob Riemen: "Ahora utilizamos populismo para evitar decir fascismo"

En 1925, unos meses antes de que Hitler publicara Mein Kampf, Thomas Mann ya describía el nazismo como "una religión popular pagana" y "una barbarie romántica". Aquel mismo 1925 salía El proceso de Kafka, donde Josef K. alertaba: "Aquí la mentira se convierte en el orden mundial". El fascismo es la política de la mentira. Lo anota Rob Riemen en el ensayo El arte de convertirse en humano, publicado en Arcadia en traducción de Auke Oosterhoff. El mismo autor ya nos advirtió en Para combatir nuestra época que los ultrapopulismos de hoy son herederos directos del fascismo.

Sin dejar de ser combativo, ahora vuelve al tema, pero con esperanza. Una esperanza sencilla, arraigada en la lección que, a través de sus tías nonagenarias, ha heredado de su madre. Cuando eran pequeñas, todas ellas aprendieron en el campo de concentración japonés donde pasaron la infancia que "todos somos iguales, todos somos personas. La única diferencia que existe es entre las buenas y las malas personas".

De ellas, mujeres de fe, también ha recibido una palabra de raíz religiosa, hoy arrinconada, que es todo un universo de sensibilidad: compasión. "Tanto el fascismo como el bolchevismo, independientemente de las formas en las que se presentan hoy, son visiones del mundo abrazadas por personas que tienen miedo y carecen de compasión". Bulgakov, Mixa para los amigos, tenía la convicción de que la redención humana iba a venir de la capacidad de compasión de cada uno de nosotros. A partir de él, Riemen señala que esta dignidad profunda, compasiva, esta búsqueda de un mundo justo, "no se halla en la ideología, ni en el dinero ni en la tecnología, sino que se construye sobre la piedra angular de la moral metafísica y los valores espirituales". Una búsqueda de la que, según dice, han renegado la universidad, la política, la economía, la ciencia y los medios de comunicación.

El autor neerlandés, director del Instituto Nexus, busca escapatorias a los tiempos actuales de nihilismo evitando caer en la nostalgia o el fundamentalismo. Abomina de "la desolación de no saber nada y del fanatismo de saber solo una única cosa". Y con Eric Voegelin, nos advierte: "No existe el derecho de ser estúpido". El derecho de no saber. Hay tanta gente que hoy circula orgullosa por el mundo con su ignorancia frívola, ¿verdad? Predican en las redes, devienen influencers, entran en política, se hacen ricos, pasan a ser celebrities, niegan el cambio climático, algunos se apuntan al esnobismo y todos se divierten hasta morir. Es la cultura del kitsch: vida agradable, fresca, rápida, divertida, sexy, fácil, sin sentido, cojonuda... O, en el otro extremo, la cultura de la desesperación y el escapismo, de la angustia y el fatalismo: drogas, violencia, resentimiento.

Es un mundo desencantado, una nueva "era de la ansiedad" (Auden describió así los años de la Segunda Guerra Mundial). No toca hablar del "cultivo del alma" (Cicerón). Pero como anotó Schiller, "tal y como es tu alma, así será tu mundo". ¿Espiritualidad? ¿Cultura? ¿Confrontarse con la tradición? El olvido, primo hermano de la estupidez y la mentira, está ganando por goleada a la memoria, a la musa Clio, y explican así el resurgimiento de una ultraderecha disfrazada de falsa libertad individual, una demagogia que tan hábilmente difumina la frontera entre el bien y el mal. Al final de Los hermanos Karamazov, Dostoyevski escribió: "Sabéis que no hay nada más noble, más fuerte, más sano y más útil en la vida que un buen recuerdo". Una frase maravillosa que Riemen practica yendo a buscar a las tías para que le hablen de su madre y le fabriquen nuevos recuerdos. Como decía el Fausto de Goethe, "lo que has heredado de tus padres, / vuelve a ganártelo, para poseerlo».

Así es como Riemen se deshace de la ideología woke de lo políticamente correcto. Todo lo no esencial (sexo, raza, fe, origen, nacionalidad, aspecto físico) se ha convertido en central y nos obsesiona. "Nuestra capacidad de vivir en la verdad, de ser justos, de amar, de crear cosas bellas. Esto debe ser nuestra identidad. El resto es secundario", escribe. Si queremos, hay esperanza: "La verdad tiene poder curativo". Y si queremos, "somos libres de elegir volver a encantar al mundo". Sí, el ensayo de Riemen es algo más que un ensayo encantador.

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