Un #AllMen de los hombres


El movimiento #MeToo, que ha servido a millones de mujeres de todo el mundo para compartir las situaciones machistas y misóginas que han sufrido a lo largo de su vida, nació en el 2017 a raíz de las denuncias contra el productor depredador Harvey Weinstein. Muchas mujeres rompieron entonces el silencio que acompaña a los abusos y agresiones al mundo laboral. Y las cosas empezaron a cambiar. Se acabó la impunidad de algunos agresores. Se señaló una anomalía que se había convertido en normalidad y que socialmente se había asumido con aquel "eso se ha hecho toda la vida" que es casi tan terrible como lo "es que no pueden evitarlo". Pero desde el 2017 han pasado muchos años y todavía no hay datos sobre abusos y acoso en el mundo laboral porque quien sigue pagando el precio de denunciar son las víctimas y no los agresores. Porque incluso después de que un agresor reconozca los hechos, con la condescendencia correspondiente, la mujer que le ha señalado sigue siendo juzgada. Sobre ella está siempre la sospecha de que se ha aprovechado de la situación. O se le recuerda que podría haber dicho que no, porque se ve que en esta vida no hay nada más fácil que decir NO, especialmente a tu jefe de trabajo. Por eso el #MeToo es todavía un acto, esencial y vitalmente, de compañerismo entre mujeres que se reconocen en los episodios que han vivido las demás. Sí, es cierto, algunos de ellos han sido juzgados por sus propios actos y delitos. Y no todo acaba en los juzgados porque lo que se está denunciando públicamente y de forma lícita es un comportamiento que forma parte del machismo estructural con el que las mujeres deben convivir. Y no todo son delitos. Pero todo son actos.
Hace muchos años que decimos que las redacciones de los medios están llenas de mujeres y que, en los cargos directivos, desaparecen. Este diario hace mucho tiempo, también, que es una excepción. La normalidad consiste en mantener la brecha salarial, que tiene mucho que ver con la dificultad de las mujeres para acceder a los sueldos más altos, los que van con el cargo, y que una generación tras otra sufra el abuso sexual de poder. Esto no sólo ocurre en los medios de comunicación, obviamente. Es una lacra generalizada en el ámbito laboral. Las mujeres que han sufrido estas situaciones se han cuestionado a sí mismas como profesionales porque se han sentido valoradas exclusivamente por su cuerpo. No conozco a ningún hombre que se haya cuestionado por qué le han dado un trabajo. Se cree merecedor. Porque a los hombres no les valoran ni por el cuerpo ni, muchas veces, por su cabeza. Los valoran porque como hombres salen más avanzados en la parrilla de salida. Hago un símil automovilístico para que se sientan más identificados. La broma no hace gracia. Verdad.
Me he estado esperando porque quiero dejar de escribir este artículo. Ya lo he escrito muchísimas veces. Y traemos tantos #MeToo de mujeres que podríamos empapelar el mundo. Es el momento de dar el siguiente paso. Los hombres deben romper su silencio y su complicidad ante el machismo. Que hagan un #AllMen. No hace falta que se flagelen, eso va a gustos, pero nos conviene y les conviene una revisión de ellos mismos, que se descubran cómplices de una injusticia y de unas actitudes que les pueden dar vergüenza en solitario, pero que las celebran en grupo. Que nos liberen a nosotros de pasarnos la vida señalando lo impropio. Nos hemos dejado la piel. Literalmente. Les cedo mi columna, si es necesario. Aunque tienen todo el espacio del mundo para dejar de esconderse. Que lo utilicen de una vez. Los estamos esperando.