

La hiperactividad de Donald Trump después de volver al poder nos impide valorar el alcance de algunas de las iniciativas que está tomando. Sus decisiones y su actitud en el caso de los mercados financieros son un claro ejemplo.
Las expectativas de desregulación de las finanzas ya dieron un empujón a los mercados bursátiles a medida que las encuestas paulatinamente aumentaban las probabilidades de victoria de Trump. Cuando se confirmó, el rally siguió y solo se ha detenido, al menos por el momento, tras las noticias adversas sobre los aranceles y el repunte inflacionario.
Trump hereda un mercado bursátil en ebullición. Una euforia protagonizada, en gran medida, por las compañías asociadas a las tecnologías de la inteligencia artificial. Es un fenómeno que recuerda el de laspuntocom, de finales de los años noventa. Hoy, como entonces, el potencial incierto de la nueva tecnología provoca un alud de inversiones y una carrera especulativa. Ni la aparición de DeepSeek ha servido para moderar su euforia.
Es verdad que la inteligencia artificial puede mejorar la productividad. Pero es difícil pensar que estas oportunidades supongan un salto cuantitativo para siempre. Como ha ocurrido en el pasado, estos avances mejoran durante unos años el crecimiento de la productividad y, tarde o temprano, los rendimientos decrecientes aparecen. No existe ninguna mejora tecnológica que nos lleve al Nirvana de un aumento permanente de la tasa de crecimiento de la productividad. No existe una piedra filosofal, o lo que los físicos llamarían la máquina del movimiento perpetuo. Solo con sucesivas oleadas de creatividad humana, de nuevas tecnologías, seremos capaces de generar nuevos repuntes del crecimiento. El mercado bursátil, como en otras ocasiones, no puede anticipar con precisión esta bonanza futura y la naturaleza humana tiende a exagerarla.
Otra gran incógnita es hasta qué punto el aumento de la productividad se traducirá en una mayor rentabilidad de las compañías o se trasladará a los consumidores en forma de más servicios y precios más bajos. La aparición de DeepSeek apunta a que la nueva industria podría dejar de estar controlada por un número reducido de operadores y sería menos rentable.
Por si la burbuja asociada a la inteligencia artificial fuera poco, Trump y su desregulación han propulsado una nueva fase especulativa en el mundo de las criptomonedas. El propio Trump contribuyó en primera persona lanzando el producto financiero especulativo por excelencia, un memecoin a su nombre, justo el fin de semana antes de su toma de posesión. Pero es que, además, ha decidido detener los trabajos para el lanzamiento del dólar digital, propiciando el uso de las monedas digitales no oficiales. Estamos llegando a cotas insospechadas de locura financiera, como muestra el caso de la empresa MicroStrategy, una compañía de software que ha invertido su caja en bitcoin y, de este modo, ha propulsado su valor en bolsa, pese a que su modelo de negocio convencional atraviesa serias dificultades. Quizás lo ha hecho, precisamente, por eso. El ejemplo de esta compañía está, desgraciadamente, siendo ampliamente imitado. Además, incluso fondos de pensiones y dotaciones de universidades están invirtiendo en estos activos, después de su legitimación oficial. Y también un banco central, el de Chequia, ya ha dado el paso y colocará parte de sus reservas en criptomonedas.
La burbuja de Trump acabará mal. Durante su mandato o más adelante, es imposible anticiparlo. En el caso de la inteligencia artificial, el valor intrínseco de la tecnología, aunque incierto, es sin duda significativo. Sin embargo, cuando llegue, la corrección de los excesos de los mercados hará daño. Por suerte, ahora no son muchos los agentes económicos demasiado endeudados, como ocurrió antes de la gran crisis financiera, y el efecto en la economía no financiera puede ser más leve.
En el caso de las criptomonedas, su valor fundamental es muy reducido. No rinden interés y su escasez futura es cuestionable: detrás de su creación solo existe un sistema descentralizado y opaco que no genera ninguna confianza. La demanda de criptomonedas está asociada a transacciones ilícitas y aumentará solo si las autoridades cometen el error, como ya han hecho en algunos países, de permitir que los fondos de inversión tengan este tipo de productos en sus carteras.
Hace pocos días el presidente Milei se ha visto implicado en un escándalo precisamente por celebrar, desde su atalaya libertaria, una criptomoneda que encubría una pura estafa. La frontera entre los memecoins y las criptomonedas es tenue. Y la opacidad de estas últimas fácilmente puede albergar a personajes que inspiran de todo menos confianza.