La pluralidad lingüística del estado español siempre se ha vivido como una anomalía que había que corregir. En los últimos siglos encontramos una infinidad de ejemplos sobre la obsesión de hacer desaparecer del mapa las lenguas diferentes del castellano, incluyendo aberraciones como la de prohibir que se hablara el catalán durante el franquismo o el Decreto de Nueva Planta. La constante histórica para minimizar la presencia y la normalización de la lengua catalana ha sido invariable a lo largo de los tiempos. Por increíble que sea, Catalunya y España deben de ser de los pocos lugares del mundo donde encontraríamos a personas y partidos políticos que defienden que es mejor hablar una lengua que dos.
Ahora nos volvemos a llevar las manos a la cabeza cuando vemos que el propósito del gobierno español es aprobar una reforma de la ley del audiovisual que arrincona nuevamente el catalán. Lamentablemente, esto no es nada nuevo porque es lo mismo que pasó cuando en 2010 se aprobó la ley vigente de comunicación audiovisual, que sirvió sobre todo para hacer un vestido a medida de las televisiones privadas estatales a expensas de desmantelar la televisión pública española. Quien tenga memoria recordará que todos los intentos por asegurar una mínima presencia del catalán en las cadenas públicas y privadas que emitían en Catalunya fracasaron. El pacto del PSOE y la CiU de Duran i Lleida tenía otras prioridades y aquella batalla también se perdió.
Durante décadas, el crecimiento del uso social de la lengua catalana ha tenido dos pilares fundamentales. Por un lado, la escuela ha ejercido de verdadero motor para asegurar el aprendizaje de la lengua y, por otro, los medios de comunicación, con Tv3 al frente, y también la radio pública y privada, han contribuido de manera impagable a normalizar la presencia de la lengua. Estos pilares hoy tienen grietas importantes y no es remoto el riesgo de colapso.
En el caso del catalán en la escuela hemos visto cómo, a través de las sentencias judiciales que han ido reinterpretando la ley, en la última década hemos ido de mal en peor. Es bien sabido que en las aulas de muchas escuelas, institutos y universidades de Catalunya cada vez es más frecuente que el catalán quede arrinconado. Y datos como los que ha revelado la encuesta de Juventud del Ayuntamiento de Barcelona, publicada este septiembre, que afirman que solo el 28% de los jóvenes de 15 a 24 años tienen el catalán como lengua habitual, confirman que hay motivos para tomarse muy seriamente la cuestión.
Pero más allá de la escuela, está claro que la partida sobre el futuro de la lengua se juega en las pantallas y en la industria audiovisual. Durante las horas que están despiertos, nuestros jóvenes y adolescentes dedican una parte considerable de su tiempo a consumir contenidos a través de las pantallas, mayoritariamente a través de plataformas y redes sociales. Aquellos que tengáis adolescentes cerca seguro que constatáis con estupor que para ellos la programación de televisión es una cosa desconocida. La tele es aquello que ve la gente mayor.
La presencia de contenidos en catalán, esté en las redes o en las múltiples plataformas que tienen al alcance, es residual y a menudo inexistente, y es aquí donde se juega la partida sobre el futuro de nuestra lengua. Evidentemente ahora hay que batallar para conseguir que la legislación ofrezca un marco que asegure y fomente la presencia de contenidos y producciones catalanas y en catalán, porque si no existen, nadie las verá. Pero, junto a esto, también tenemos que admitir que desde hace demasiados años hemos contemplado pasivamente y con impotencia cómo la realidad nos superaba.
Tanto si gusta más como si gusta menos y tanto si es una situación deseable como si no, para la industria audiovisual catalana y para los contenidos en catalán, la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals (CCMA) es el motor indispensable para dar músculo a este sector. Tan claro como esto es que en los últimos diez años, por la crisis económica vivida y también por la falta de valentía política a la hora de emprender determinadas reformas, la CCMA está anémica, ha perdido fuerza tractora y el conjunto del sector se ha debilitado.
Es posible que algunos de los trenes que hemos perdido ya no vuelvan a pasar, pero es imprescindible entender que la suerte de la lengua catalana también depende de hacer buenas políticas en Catalunya en el ámbito de la industria audiovisual. La parálisis de la CCMA, con la renovación de sus órganos de gobierno bloqueada por intereses partidistas, impide que pueda surgir un proyecto valiente que lidere sin complejos la recuperación de un sector estratégico. Seguro que hace falta más dinero y habrá que priorizar estas políticas en defensa de la lengua y de la cultura, pero también es inaplazable que se defina un proyecto empresarial viable y eficiente para asegurarle larga vida. La futura ley española del audiovisual es solo la punta de un iceberg de un problema mucho más gordo y profundo. Y ya es hora de empezar a recuperar las oportunidades perdidas por haber descuidado las políticas en favor de la lengua y en favor del sector audiovisual porque nos jugamos más de lo que parece.