¿Dónde estamos?

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Trabajadores de Seat a la nueva plataforma de montaje instalada en Martorell para fabricar el nuevo Seat León.

Se ha instalado en la sociedad la convicción de que, a partir de la vuelta de las vacaciones de verano, se iniciará una crisis económica de fuerte intensidad. Las razones serían diversas: que el encarecimiento de la energía y de los alimentos ha empobrecido a la mayoría, la cual tendrá que reducir el consumo; que la falta de gas natural debido al conflicto con Rusia obligará a reducir la producción industrial en el corazón de Europa (¡se dice, incluso, que BASF podría paralizar el complejo de Ludwigshafen!); que hay una escasez mundial de varios materiales y componentes, desde el hierro hasta los chips; que las cadenas logísticas también están saturadas, con lo cual las industrias no pueden recibir los componentes ni entregar los productos acabados con fluidez...

Todo ello recuerda mucho a 1970, en el que la escasez de varios productos –sobre todo, pero no solo, de petróleo– desencadenó una profunda y larguísima crisis y acabó repentinamente con “los treinta gloriosos”, los años entre 1945 y 1975 en los que la productividad, los salarios y el nivel de vida de las poblaciones occidentales habían estado mejorando prodigiosamente: los años en los que las clases populares consiguieron el coche, la nevera, las vacaciones y empezaron a enviar a los hijos a la universidad. A partir de aquellos funestos años 1970, España y Catalunya han arrastrado un problema endémico de paro y el poder de compra de los salarios medios se ha estancado.

¿Nos encontramos en una situación similar a aquella? ¿Será grave la crisis económica?

Muchos economistas se dedican sistemáticamente a predecir el futuro. Lo hacen en forma de comentarios, pero sobre todo a base de publicar previsiones. Lo hacen el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional, los grandes bancos privados, etc. En general, aciertan cuando no pasa nada anormal y no prevén nunca las grandes crisis. En 2007, por ejemplo, el FMI predecía que la economía española, que estaba manifiestamente sobrecalentada con la burbuja inmobiliaria, “aterrizaría suavemente”.

Ahora, las previsiones de todos estos organismos apuntan a un retardo del crecimiento económico, o sea, a otro aterrizaje suave. Obviamente, su credibilidad es muy baja, pero esto no significa que los más pesimistas tengan razón.

En mi opinión, es difícil imaginar que la economía no sufrirá un enfriamiento considerable en los próximos meses, por las razones que he relacionado al principio de este artículo. Si Seat tiene problemas de suministro de chips y si los europeos se lo piensan tres veces antes de cambiar de vehículo, seguramente la industria automovilística no vivirá un boom; si los materiales de construcción suben y también lo hacen los tipos de interés, seguramente la construcción se retardará. Vivimos un momento de cambio de modelo productivo y estos momentos siempre dejan a bastante gente en la cuneta: por un lado, resulta caro producir con energía convencional, pero, por el otro, escasean los minerales necesarios para realizar la inversión masiva en energías renovables que necesitamos. Por lo tanto, seguramente se acercan unos meses difíciles.

Ahora bien, a pesar de que seguramente los próximos meses serán complicados, me parece que hay dos motivos para el optimismo. Uno a la corta y otro a la larga.

En cuanto a la corta, los dos pilares de nuestra economía, que son la industria exportadora y el turismo, han demostrado en el pasado una gran resiliencia y no veo motivos para suponer que esta vez será diferente.

Por otro lado, el paralelismo con los años 1970 resulta muy engañoso.

La razón es demográfica. En el año 1974 –cuando se desencadenó la primera crisis del petróleo– estaba empezando a entrar en el mercado laboral la primera cohorte de los babyboomers. A partir de aquel momento la economía de la deslocalización y de la robotización ha tenido problemas para absorber a los jóvenes que querían empezar a trabajar, y no hablemos de los trabajadores redundantes de las industrias obsoletas.

Ahora, en cambio, lo que está entrando en el mercado laboral son las primeras cohortes del invierno demográfico y están saliendo las primeras de babyboomers: en Catalunya hay 79.000 personas de 22 años y 80.000 de 66; y en cinco años (si los actuales sobreviven), la relación será de 79.000 contra 94.000.

Estamos entrando en una situación en la que faltan trabajadores calificados de todo tipo, de médicos a camareros. Esto, sin duda, matiza el impacto de las cifras macroeconómicas. Estados Unidos, por ejemplo, están técnicamente en recesión (porque llevan dos trimestres seguidos con un crecimiento negativo del PIB), pero Biden puede afirmar que esto no es importante si la tasa de paro es inferior al 4%.

¿Problemas a la vista? Sin duda, pero uno de ellos no será el regreso del paro masivo que hemos sufrido en cada crisis. Así pues, la respuesta ahora ya no tiene que ser el “jobs, jobs, jobs”, sino la reconversión a una economía mucho más cualificada. Hace bien la Generalitat en desprogramar suelo edificable en la costa, porque ¿qué sentido tiene continuar construyendo apartamentos turísticos si faltan camareros?

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