La escritora y amiga Najat El Hachmi publicó la semana pasada en este diario un excelente artículo sobre Oriente Medio. Empezaba hablando de su experiencia personal al estudiar en la Universitat de Barcelona, donde tuve el gozo de tenerla como alumna. Explicaba que por la carrera tuvo que matricularse de lengua árabe y de hebreo y que la mayor barrera fue tener que aprenderse el alefato o alfabeto hebreo. Pero, una vez pasada esta frontera, añade que se dio cuenta de las similitudes existentes entre las dos lenguas y sus culturas: la estructura morfológica se parece, hay un vocabulario compartido e incluso las flexiones de los tiempos verbales y las declinaciones coinciden en muchos casos.
Es obvio que todo esto se debe a un tronco lingüístico común, que incluye también otras lenguas afroasiáticas que llamamos semíticas, como son, entre otros, el arameo –que hablaba Jesús de Nazaret y que todavía perdura en algunas poblaciones de Oriente Próximo–, el hebreo, el cananeo, el amárico o el tigriña. Otros, como el acadio, el moabita o el edomita, se han extinguido, desgraciadamente.
No hablaré aquí de los desgraciados problemas que, por motivos políticos, atormentan al pueblo judío y al palestino ni de las persecuciones y malos tratos que sufren algunos cristianos, sino de las muchas afinidades que caracterizan la cultura de estas sociedades y de sus ramificaciones. Hace tiempo que digo que si los creyentes de estos tres monoteísmos entendieran que judíos, cristianos y musulmanes dicen y creen adorar al mismo Dios, las cosas serían más fáciles y sencillas. Una aparente boutade, atribuida a Oscar Wilde o George B. Shaw, afirmaba que los ingleses y los americanos se diferencian por el hecho de hablar la misma lengua, una observación muy oportuna y que se puede trasladar a judíos, cristianos y musulmanes, que se diferencian por creer en un mismo Dios.
Bajo esta premisa es obvio que tienen muchas cosas en común, como aceptar haber tenido una serie de profetas (Noé, Moisés, Lot, David, Salomón y un largo etcétera) que les han hablado en nombre de Dios. El islam, que es la creencia más tardía, incluye en su credo a los patriarcas que figuran en la Torá de los judíos y en el Antiguo Testamento de los cristianos y reconoce la continuidad de la Revelación.
En el Corán se dice al profeta Mahoma: “No se te dice nada más de lo que ya se ha dicho en los enviados que te precedieron” (Corán, 41: 43). O también: “Decid: Creemos en Dios y en lo que nos ha sido revelado, en lo que se reveló a Abraham, Ismael, Isaac, Jacob y a las [doce] tribus de Israel, en lo que Moisés, Jesús y los profetas recibieron de su Señor” (Corán, 2: 130/136).
Es evidente que, a pesar de su origen común, existen algunas diferencias, como sucede en el episodio en el que se pide a Abraham que sacrifique a su hijo. Según el Génesis, el hijo era Isaac, pero para el islam fue Ismael, hijo de la esclava Agar (y de ahí proviene su denominación de ismaelitas o de agarenos). En tiempos de los moriscos, este tema fue objeto de discusión porque los cristianos hispánicos acusaban a los musulmanes de provenir de una rama bastarda de Abraham, pero la argumentación de un morisco aragonés, queriendo demostrar que el elegido por el sacrificio era Ismael, entonces hijo unigénito, mantenía que si no "la obra fuera flaca y no tan digna, porque le quedaba a Abraham otro yxo con quien consolar”.
María es muy querida y la única mujer citada por su nombre en el Corán, que dice que el primer milagro de Jesús fue muy anterior al evangélico de la boda de Caná: se produjo, por voluntad de Dios, ante las críticas que los vecinos hacían a María por haber concebido un hijo siente virgen. El bebé se puso a hablar y defendió la virginidad de su madre, alegando que Dios Todopoderoso puede hacer que una virgen dé a luz a un hijo (Corán, 3: 46; 5: 110 y 19: 30). Vale la pena subrayar que no se refirió a Dios como padre suyo, lo que sucede varias veces en el Nuevo Testamento, porque Jesús en el islam solo es un profeta. Y también que el milagro en cuestión se produjo "por voluntad de Dios''.
El Corán hace breves referencias que dan pie a la creencia de que Jesús no murió en la Cruz. Así, por ejemplo, se dice que los judíos: "[...] no lo mataron ni lo crucificaron sino que solo se lo pareció" (Corán, 4:157). Las interpretaciones que se han hecho al respecto son variadas y a veces incluso pintorescas: algunos creen que Jesús fue subido por Dios al Paraíso, otros que, en realidad, no había en la cruz su cuerpo real crucificado, sino un cuerpo aparente, otros que evitó la pena para que lo confundieran con un pasavolante (a quien sí crucificaron), e incluso algunos más atrevidos alargan las suposiciones diciendo que huyó a Cachemira, donde siguió predicando 120 años y se casó con María Magdalena (y, si me permiten la broma, con esto ya encontramos montado el gran bestseller de Dan Brown).
Otra cosa, desgraciadamente, es la conducta de los humanos y los perjuicios que comporta una ignorancia queridamente fomentada por políticos indocumentados.