¿Qué le hemos hecho en la naturaleza para que nos trate así?

Dos vecinos observan el estado de una calle de Paiporta en la noche del 6 al 7 de noviembre.
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Las imágenes y testigos que nos llegan estos días desde la Comunidad Valenciana son estremecedores, pero uno de los que me ha quedado grabado es lo que sentía por los medios pocas horas después de la tragedia, en la que una vecina afectada se preguntaba entre llantos: " ¿qué le hemos hecho a la naturaleza para que nos trate así?"

Sin minimizar la importancia de muchos otros factores que han influido en esta tragedia, como una mala planificación urbanística que hace que en España haya más de un millón de hogares construidos en zonas inundables (un 6% de los hogares en el caso del País Valenciano), o una deficiente gestión de las alertas de riesgo que ha hecho responder de forma demasiado lenta a las alertas de la AEMET, vale la pena recordar que la crisis climática y ambiental causada por la actividad humana aumenta la frecuencia y la violencia de fenómenos como el vivido en los últimos días. Merece la pena recordar que sobrepasar los límites de los sistemas que mantienen la Tierra en el estado estable que ha caracterizado al Holoceno nos aboca a un futuro inestable e impredecible.

Durante más de 10.000 años la Tierra ha estado en un período extremadamente (e inusualmente) estable, que se ha caracterizado entre otros por una temperatura suave y relativamente constante, con variaciones a la temperatura media de sólo +1/ -1 C. Esta estabilidad climática ha comportado, entre otras cosas, tener unos niveles del mar constantes, unas estaciones predecibles y una proliferación de la biodiversidad que han permitido la vida en la Tierra tal y como la conocemos. En 2009 investigadores del Stockholm Resilience Center, liderados por Johan Rockström, identificaron los sistemas que permiten mantener el planeta en este estado de equilibrio, y determinar unos límites cuantitativos por encima de los cuales este equilibrio se puede romper, llevando la Tierra a un nuevo estado. Un nuevo estado en el que no sabemos cómo nos adaptaremos como especie ni como civilización.

Los límites identificados incluyen, además del cambio climático, la pérdida de biodiversidad, que compromete la estabilidad de los ecosistemas y la capacidad de sostener la vida humana; la alteración de los flujos bioquímicos de nitrógeno y fósforo, que afecta a la calidad del agua y la estabilidad de los ecosistemas acuáticos y terrestres; los cambios en los usos del suelo, que impactan la biodiversidad y alteran el ciclo del carbono y del agua; la acidificación de los océanos, que afecta a la red trófica de los ecosistemas marinos; el agotamiento de la capa de ozono estratosférico, la cual protege a la Tierra de las radiaciones ultravioleta; la disponibilidad de agua dulce, fundamental para la vida de todos los seres vivos; la presencia de aerosoles en la atmósfera, que no sólo afecta directamente a la salud humana, sino que también puede contribuir al enfriamiento o calentamiento del planeta; y la contaminación por productos químicos, tales como plásticos y metales pesados, que comprometen la salud de los humanos y de los ecosistemas.

El objetivo de definir estos límites planetarios era proporcionar unos límites claros y sostenidos científicamente que permitieran a los responsables políticos con capacidad de decisión actuar para revertir la amenaza que la crisis climática y ambiental global supone para nuestra salud y bienestar. Pero lejos de conseguir este objetivo, las evaluaciones que se han realizado de los límites planetarios desde su definición indican una mala tendencia, con siete de los nueve límites sobrepasados ​​según datos publicados hace apenas un mes.

Durante miles de años, los humanos hemos actuado como si los recursos que necesitamos para vivir fueran inagotables. Hemos extraído y utilizado recursos naturales clave para nuestra supervivencia, ignorando que estos eran finitos, y hemos vivido también de espaldas a la realidad de que la extracción de estos recursos comporta impactos que dañan la calidad de otros recursos clave para en nuestra supervivencia, como el agua o el aire que respiramos. Este consumo de recursos nos ha permitido crecer como especie, avanzar como sociedad y, especialmente, en las últimas décadas, mejorar la salud a escala global. Pero llegados al punto de los 8.000 millones de habitantes en el planeta, con un creciente consumo de recursos per cápita y con los efectos de la crisis climática cada vez más evidentes, es inevitable reconocer que el planeta Tierra tiene un límite. Y es sobre todo inevitable reconocer que rebasarlos comporta riesgos de dimensiones imprevisibles.

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