Hoy hablamos de
'Inscripciones y cuatro barras sobre arpillera', de Antoni Tàpies
01/03/2025
Director adjunto en el ARA
3 min
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Por si alguien tenía ninguna duda, Trump ha acabado de dejarnos clara y diáfana su identidad de sheriff duro sin escrúpulos. Todo para los míos, si es necesario humillando al más débil de los europeos. Ésta es su implacable identidad. Esto es lo que excita a los millones de estadounidenses que le han votado. Sin compasión para con quienes no hagan lo que él quiere. Una receta que se está esparciendo como la pólvora. La diplomacia de la amenaza.

¿Qué pasa en Cataluña? ¿Cómo podemos enderezar la lengua? ¿Culpando a los más débiles? Si no quieren hablarla, fuera. Y punto. Si no quieren quitarse el velo, aquí no hacen nada. La sheriff Orriols lo tiene claro.

Pero vayamos un poco atrás. De entrada, el Proceso ahuyentó la pulsión identitaria. Se creó Sumar. Todo el mundo era bienvenido a la construcción de un país nuevo e ideal. El llamamiento se basaba en los valores democráticos –el derecho a decidir–, no en la adhesión nacionalista. A lo largo de esos años, las trifulcas entre los convencidos no fueron sobre esencias, sino sobre estrategia. Sobre el cómo, no sobre el qué. Acerca de si ir más o menos rápido. El "tenemos prisa" o el "hagámoslo bien". La audacia o el realismo. La DUI o las elecciones. Confrontar o negociar... Claro: también se produjo la reacción incendiaria de Ciudadanos, que predicó el pulso identitario agresivo españolista: a por ellos. Esta provocación y el no-diálogo de la peor cara del Estado provocó que el independentismo se fuera agriando, perdiendo el talante cívico inmaculado.

Acabamos agotados de debates escolásticos y de mal rollo. No sabíamos que la resaca se alargaría tanto ni que la digestión sería tan pesada. Perdida ogni speranza, ha brotado la excrecencia ultranacionalista. Hemos caído en el reduccionismo de buenos y malos patriotas, con la inmigración (sobre todo la musulmana) como diana. Mostrarse tolerante con los de afuera o con el islam es hoy para muchos una traición, una ingenuidad. Toca dureza trumpista.

Extraviado el espejismo de una independencia plausible, Orriols promueve la trifulca en el terreno resbaladizo de la identidad. ¿Quién es catalán? ¿Quién puede serlo? ¿Quién quiere serlo? Es un camino estrecho que no lleva a ninguna parte. En realidad no es un camino: es un callejón sin salida, un cul-de-sac, esa expresión tan catalana y universal. Sin salida. Deberíamos huir cuanto antes de él.

La música que resuena allende fronteras no ayuda. La America First malcarada de Trump. La sombra de España rancia de PP-Vox. El regreso a Europa de los viejos y terroríficos fanatismos nacionales: Le Pen, Weidel, Meloni... Todo empuja hacia la intolerancia chapucera, hacia el mirarnos el ombligo supuestamente para salvarnos. ¿Nos contaminará fatalmente esa involución global particularista? ¿Sabremos acogernos a nuestros invocados valores de tierra de acogida o caeremos en la autoafirmación insolente, la rabia y el rechazo visceral al otro? Los cantos de sirena de Orriols suenan amplificados en las redes sociales, que no son el mundo real pero reverberan en él. Por supuesto, resuenan igual de ensordecedores los aullidos temibles del lobo Abascal.

Frente a estos extremos, la única salida es la radicalidad en defensa de la convivencia y la tolerancia como bienes supremos. La lengua propia no se defiende escupiendo odio en catalán. ¿Qué se ha hecho de la amabilidad candeliana, de la potencia imbatible del "En catalán, por favor"? El oráculo Pujol, resucitado del ostracismo, nos lo recuerda. Òmnium Cultural se esfuerza en el mismo sentido. Voces sensatas en medio del griterío. El presidente Salvador Illa busca la oficialidad del catalán en Europa y avala al conseller Francesc Xavier Vila, el hombre que pone ciencia, trabajo y razones a la impotencia lingüística.

A remolque de la hipérbole identitaria es fácil caer en la xenofobia. Se puede atravesar la frontera sin ser consciente de ello. Muchos han empezado a dar el paso. ¿Cómo detener el escape? ¿Se puede ser equidistante frente al huevo de la serpiente? ¿Se puede tener un rechazo comprensivo, como diciendo, "ey!, que son de los nuestros"? No. No lo son. Así no. En ningún caso. Se pueden y deben debatirse las causas y la realidad del malestar social y nacional, pero no se puede ser condescendiente con el conocido veneno ultranacionalista. Ni en ninguna parte ni aquí. No queremos sheriffs, queremos políticos dignos y dialogantes.

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