Las normas de la guerra

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Antonio Guterres, secretario general de la ONU, en una reciente imagen.

"Incluso las guerras tienen normas", ha dicho recientemente António Guterres, el secretario general de Naciones Unidas. La frase parece tan brutal como lo es realmente. Lleva implícita la aceptación de la violencia como algo irremediable. Las guerras están consentidas, las guerras se propician, las guerras se justifican, la compra y venta de armamento es legal y muchos países se enriquecen gracias a las guerras ajenas. Hemos aceptado la guerra como una solución inevitable a conflictos evitables o hemos admitido que existen conflictos inevitables que solo puede solucionarlos una guerra. La guerra como solución y la paz como utopía. Las naciones no están unidas, hay un organismo con ese nombre que da sueldos a mucha gente y que acepta la guerra con unos mínimos: no dejar morir a las personas de hambre o de sed, o no bombardear hospitales ni asesinar a periodistas, por ejemplo. Pero la guerra no tiene mínimos, la violencia no tiene límites, porque las personas mueren de hambre y de sed, se bombardea hospitales y se asesina a periodistas. Ocurre esto y mucho más, y todo es horroroso, tanto, que ni soy capaz de escribirlo. Duele mucho, el mundo.

La sentencia de Guterres es escalofriante porque asume de forma contundente la violencia estructural, como si ya no pudiera sorprendernos y, por tanto, lo que hace falta, y lo que se ha hecho hasta ahora, es poner reglas para ejercer esta violencia. Unas reglas tan absurdas que permiten matar a las personas, pero dentro de unos parámetros, no vale matar de cualquier modo. Es como si todavía viviéramos en los tiempos en los que se hacían duelos por honor y la vida valiera mucho menos que el honor. Es como si la guerra fuera ese objeto que hemos visto toda la vida en casa, una herencia que ni se mueve de sitio ni se toca. No hace falta pensar si nos gusta o no. Está allí. Siempre ha estado allí y ni se nos ocurre que en algún momento pueda dejar de estar allí. Solo si se le cae una bomba encima, por culpa de una guerra. Un daño colateral. Otro concepto aceptado como inevitable. La vida es así, que cantaba aquél.

La guerra es el caos y hemos puesto normas al caos. Incluso el caos debe estar organizado, regulado. Como hemos organizado la explotación a través del capitalismo. Como nos hemos dado unos derechos humanos para que no sea dicho. Es tan absurdo como el criterio que permite referirse a los crímenes de guerra. Este convencionalismo forma parte de las reglas de la guerra. En una guerra, llena de crímenes, hay algunos que están dentro de la norma y otros que están fuera. Los que están fuera no se pueden consentir. Los demás... También suena extraña la expresión “no es una guerra, es un genocidio”, pero la violencia tiene a mano un amplio abanico de nomenclaturas específicas. La violencia machista, por ejemplo, también está concretamente definida, pero se considera una exageración hablar de “guerra contra las mujeres” aunque cada año haya miles de asesinatos.

Una guerra es lo que dictan las normas de cómo debe ser una guerra. Por lo demás hay otra nomenclatura eufemística para nombrar el terror, la muerte y la destrucción. No tiene ningún sentido, pero aún así se hace en serio, pedir a quien hace la guerra que respete los derechos humanos. Es como pedir a un pirómano que respete el bosque. Tiene sentido exigir que no haya más guerras. Es lo que debería ser. Pero, curiosamente, el pacifismo se considera cándido. Porque no hemos aceptado la paz como una posibilidad real para convivir entre seres humanos. Y, en realidad, es tan ingenuo pensar en la paz en el mundo como terriblemente perverso decir que “incluso las guerras tienen normas”.

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