Retrato imperfecto de la victoria de la extrema derecha

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El candidato de Vox a las catalanas, Ignacio Garriga, junto a Santiago Abascal, durante la noche electoral.

Apoyos. Aliança Catalana irrumpe en el Parlament y Vox consolida sus 11 escaños. El discurso antiinmigración ha hecho mella en Catalunya, como en toda la Unión Europea desde hace años. Cada vez más presente; más mayoritario. El Partido de la Libertad de Austria, de extrema derecha, lidera las encuestas de intención de voto ininterrumpidamente desde hace más de un año, augurándole cerca del 30% de los votos en las elecciones al Parlamento Europeo de junio. Esto es 10 puntos más respecto a las europeas del 2019. Es el empuje definitivo a las esperanzas de su líder, Herbert Kickl, de una victoria en las elecciones legislativas austríacas de septiembre.

En Flandes, uno de cada cuatro nueve votantes en las próximas elecciones generales y europeas asegura que optará por la extrema derecha. Casi un 30% de los jóvenes votantes en la región neerlandófona de Bélgica dicen que votarán por Interés Flamenco. También en Portugal, las encuestas a pie de urna, tras los últimos comicios generales de marzo, aseguraban que el 25% de los votantes de la formación de extrema derecha Chega tenían menos de 30 años.

Un análisis de los votantes de Geert Wilders, ganador –aunque sin poder formar gobierno– de las últimas elecciones en Países Bajos, demuestra que el apoyo a la formación de extrema derecha fue mucho más transversal de lo que parecía en un principio: con el mismo número de hombres y mujeres que existen en la sociedad neerlandesa.

La bolsa de votantes de estas formaciones en toda la Unión Europea es cada vez más grande y, por tanto, más compleja y diversa. Va mucho más allá de los estereotipos.

Incertidumbre. La extrema derecha es hoy una fuerza decisiva en Hungría, Polonia, Austria, Dinamarca, Italia, Suecia, Finlandia, Eslovaquia o República Checa. El autoritarismo y la exclusión tienen su propia agenda en la construcción europea.

Pero los motivos detrás de estos resultados son diversos y, al mismo tiempo, compartidos: la insatisfacción con la calidad de vida, los servicios públicos o el precio de la vivienda; el rechazo a los partidos políticos tradicionales; la sensación de declive cultural o demográfico que expresan, por ejemplo, los votantes de Alternativa para Alemania.

Llevamos años de aceleración de la incertidumbre, desde la crisis económica, la pandemia o la guerra en Ucrania. ¿Quién dirige estos miedos? ¿Qué respuestas existen para aquellas personas que se sienten desplazadas en una sociedad y un entorno que está en transformación?

Los discursos radicales se han ido normalizando; pero también el deterioro de las clases medias y la sensación de un recorte de oportunidades y de falta de confianza en el futuro que aboca a los más jóvenes al pesimismo y los partidos tradicionales a una pérdida de influencia acelerada.

Representación. La narrativa de la crisis y el lenguaje contundente movilizan los miedos. Pero la responsabilidad de normalizar la agenda y la retórica radical está bien repartida.

Dice el politólogo francés Nicolas Sauger (que ha estudiado los apoyos electorales a Marine Le Pen) que las elecciones son un espejo deformado; una representación forzada y no siempre del todo fiel de los valores sociales. La abstención, la edad media de los más movilizados, la capacidad de copar el debate mediático y las percepciones individuales y colectivas son parte de la fórmula resultante de las urnas. Pero al final el retrato imperfecto de nuestra realidad también nos delata.

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