

En diciembre les sugerí que si querían explicar este país a alguien que quisiera entenderlo invitaran a oír a Roger Mas con la Cobla Sant Jordi en el Palau de la Música, en febrero. El concierto se celebró ayer, con pleno hasta la última fila de lo más alto del anfiteatro, y acabó con fiesta grande complacida entre los espectadores y los artistas. Pero este artículo no pretende hacer la crítica de la actuación, entre otras razones porque sigue valiendo lo mismo el excelente regusto que Mas y la copla nos dejaron hace un par de meses en Porrera, sino que quiere volver a la idea de entender un país a través de la obra de un artista.
Sentir los instrumentos de copla dominar con una seguridad incontestable un repertorio en el que hay canción popular,cancionero,chanson,jazz y detalles de banda sonora cinematográfica es realidad y metáfora a la vez. Realidad, porque resulta que la música universal contemporánea suena a la manera catalana, y metáfora porque demuestra que tenemos las herramientas propias para interpretar el mundo con nuestro sonido característico, es decir, con el sesgo de nuestra personalidad, siempre que estas herramientas las utilicen manos con talento, oficio y pasión. El resultado es que cualquier oyente del mundo puede vibrar y emocionarse con la obra sin necesidad de traducciones y descubriendo la sonoridad original de una cultura. Si nosotros lo creemos, las herramientas no fallan. Y cuanto más nos lo creemos, más pegadiza es la percepción de que Francesc Pujols –a quien Mas hace años que rinde homenaje– exageró, sí, pero sólo un poquito, sobre nuestra capacidad de admirar el mundo.