Madrid no es una fiesta

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El líder estatal del PP, Alberto Núñez Feijóo, junto al flamante candidato del partido a la Generalitat, Alejandro Fernández.

MadridEn esa fase de la vida política española, Madrid no es una fiesta. Pido excusas a Ernest Hemingway para jugar con el título de una de sus obras más famosas, pero me va muy bien porque estos días –y no me refiero sólo a la Semana Santa– la capital de España hierve como una olla de presión , con luchas por el poder por todas partes. La convocatoria anticipada de elecciones en Catalunya no ha hecho más que aumentar este clima y todos juegan a sacarle beneficio. Una vez más tenemos puesto los focos en la nuca, para ver hacia dónde tiramos. Que en esta legislatura existe una cruenta batalla campal entre el gobierno y el PP, ya lo sabemos lo suficiente. Pero el enfrentamiento entre los dos grandes partidos estatales vuelve a tener en la carpeta de Catalunya un factor de estímulo especial. En este ambiente, los socialistas se sienten obligados a tomar distancia respecto a sus socios, en particular de los partidos independentistas, mientras que el PP juega a atizar el fuego todo lo que puede. Confirmando a Alejandro Fernández como cabeza de lista a las catalanas –un parto “delicado”, dijo el designado–, el líder popular, Alberto Núñez Feijóo, ha sintetizado la situación afirmando que si después del 12 de mayo no gobiernan las fuerzas soberanistas, se acabó Pedro Sánchez. Es una de esas afirmaciones que se formulan en la frontera entre los deseos y la realidad.

Madrid, ya se lo digo, no es una fiesta. Y Barcelona, ​​por cierto, tampoco parece. A veces parece que a ambos lados de la plaza Sant Jaume están instalados unos laboratorios de experimentación política, donde se juega con todo tipo de mezclas químicas e ideológicas antes de lanzar nuevos productos al mercado. En este contexto, me imagino que para mucha gente ir a votar será esta vez un buen quebradero de cabeza. Lo digo porque la partida en curso tiene su complejidad. Los de piñón fijo no tendrán grandes problemas, pero los que se decantan según la valoración de un conjunto de variables tendrán que pensar más esta vez. La sensación de vértigo será intensa el 12 de mayo. Habría que editar una guía del votante para ayudarle a aclararse. Sugerirle, por ejemplo, que se haga una lista de preguntas antes de decidir. Ya sabéis que los expertos en sociología electoral aseguran que cada vez son más numerosos los ciudadanos que esperan en el último momento para decantar el sentido del voto. Ahora será necesario que tengan claras las prioridades. Preguntarse, llegado el caso, si “quiero que se caiga Pedro Sánchez” o si “me interesa más que aguante para que pueda aprobarse y entrar en vigor la ley de amnistía”. Otra línea de reflexión es la que plantearía interrogarse sobre la viabilidad de los deseos de Puigdemont de rehacer el camino hacia la independencia, en comparación con los beneficios que puedan obtenerse de mantener una relación laboriosa con el gobierno, pero que debe supuesto avances claros para rehacer la convivencia en Cataluña.

Son preguntas aparentemente sencillas, pero que merecen una cierta reflexión. Decía que en esta fase Madrid no es una fiesta y que el clima político empeora todos los días que pasa. Y personalmente me pregunto de qué ha servido la división del mundo nacionalista e independentista. O qué utilidad y voluntad real tienen los llamamientos a recuperar la unidad entre las fuerzas políticas de este ámbito, al menos por la definición de objetivos y procedimientos para intentar alcanzarlos. A menudo recuerdo que la exvicepresidenta del gobierno Soraya Sáenz de Santamaria, que fue la mano derecha del expresidente del PP Mariano Rajoy, solía decir que la primera división que obtendrían los independentistas con el desarrollo del Proceso sería la que se produciría entre ellos . Ahora debe sonreír cuando lee a los titulares de esta precampaña. Y ato todo esto con la preocupación que me genera comprobar cómo ha subido –por ejemplo, en muchas de las tertulias que se hacen en Madrid– el tono y contenido despectivo por casi todo lo que se propone desde los partidos de ámbito catalán. Y para obtener ese desprecio no es necesario que procedan de los líderes o portavoces más conocidos del independentismo. El tono general de las respuestas por todo lo que provenga del simple catalanismo es la sospecha y el rechazo.

Crispación al alza

En los pisos más altos de las élites de Madrid no son pocos los que piensan –y dicen– que todo esto es una secuela lógica del Proceso y que los políticos catalanes, sin distinciones, se lo han ganado a pulso. Uno de esos prebostes de la vida madrileña me ponía algún ejemplo. En el acto de presentación de su candidatura, Puigdemont recordaba contento a las carreras del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, para normalizar el uso del catalán en las instituciones europeas, como diciendo que los actuales gobernantes deben ser estimulados permanentemente –con encontronazos en el Congreso, por ejemplo– porque solo entienden el lenguaje del bastón. Como si no estuviera ocurriendo que, en paralelo, en Baleares el catalán da pasos atrás de la mano del PP y Vox. Vivir de atar corto Pedro Sánchez no lleva muy lejos. Entre otras cosas, porque obliga al gobierno a hacer movimientos como el que ha puesto en marcha para echar atrás la iniciativa legislativa popular para reanudar el camino hacia la independencia, que había sido admitida a trámite por la mesa del Parlamento.

Tenía su parte de razón mi interlocutor. La primera reacción de los socialistas frente a esta propuesta fue de infravaloración. “No tiene importancia”, decían, añadiendo que era un intento desesperado e inútil por intentar mantener vivo un fuego en extinción. Pero bastó con que trascendiera que el asunto había provocado cierta preocupación en el Constitucional por poner en marcha los motores de la Abogacía del Estado. El resultado ha sido un recurso de inconstitucionalidad con el parecer favorable del Consejo de Estado, reunido de urgencia el pasado lunes por la mañana, en una insólita convocatoria al inicio de la Semana Santa y en plena precampaña electoral. ¡Ay Señor, que vamos a sufrir! Quizás no queréis creerme, pero Madrid no es una fiesta. No lo es por las tragicomedias del compañero de Ayuso, por el caso Ábalos-Koldo y los fraudes de las mascarillas o por los registros en la Federación Española de Fútbol. Pero lo que más preocupa es a Catalunya. Ojalá no acabemos descritos como “la generación perdida”, que era el destino de los protagonistas de “París era una fiesta”, según Gertrude Stein, su madrina.

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