

“¡Me tiro todo el puto día trabajando para tenerte como a una reina!”, “Yo te he respetao!”, “¡Yo tengo dignidad, tío!”, “¡Por eso se arrepiente! ¡Porque sabe lo que hago por ella!”, “¡No puedo sentir esto!”, “¡A mí me ha roto, yo no voy a cambiar!”, “¡No quiero más locuras esta noche!”, “Necesito que vuelvas a la villa y digas lo que has visto a tus compañeros porque ellos también están sufriendo”, “¡Aunque esté así, lo he visto todo!”, “¡Dejen que piense, caballeros! ¡Que uno necesita pensar solo!”, “¡Tranquilidad, por favor!”, “Gordi, ¿'pa' qué quieres ir? ¿Verle 'pá' qué? ¿Si está haciendo conexión con otra persona y vas a ir tú a recordarle dónde estás? ¡Si es un hombre, que se acuerde él solo!”, “Yo sé que, si me ve, cambia el chip y piensa, joder”, “¡Vente 'pa cá' y relájate!”, “¡Me siento muy mal! ¡He ido detrás de él, pero ya estaba superlejos y no he podido llegar!”, “No me esperaba esto! ¡Llevo toda la tarde pensando en él y todo lo que me ha dicho me duele!”, “¡Quiero verlo! ¡Necesito hablar con él! Solo necesito verle y hablar con él. Intento ser fuerte, ¡pero esto ha sido el remate!”, “¡Tenéis que aguantar!”, “Me tendría que haber demostrado ese dolor a perderme antes, y no aquí que llevamos un montón de días”.
Son lamentos y gritos extraídos de La isla de las tentaciones, el reality de Telecinco donde una docena de parejas heterosexuales quedan separadas en dos mansiones para ligar con otros participantes. Es el espectáculo patético de la cosificación y el sexismo, donde una manada de bobos musculados y rellenos de silicona se pasean medio desnudos, bailan y practican sexo en la piscina. No llevan a cabo ningún tipo de actividad más allá de husmearse las feromonas unos a otros, reflexionan dramáticamente sobre sus vidas y se rozan unos a otros simulando que se consuelan las penas. Seres humanos volviendo a un cierto primitivismo y funcionando movidos por instintos básicos: comer, follar y dormir. Hace unas semanas, un participante enloquecido por los celos se desgarró la camisa para exhibir sus pectorales de mármol. En la última edición, otro concursante, perturbado por un ataque de cuernos, empezó a correr para irrumpir en la mansión vecina y pedir explicaciones a su pareja. Ella también fue a encontrarlo, llorando y excusándose, restregando las manos de manicura perfecta por el torso de su macho herido. En contraste con los ataques de ira testosterónica de los Adonis del espectáculo, ellas practican con asiduidad el arte de la histeria descontrolada. Temblores, sollozos, gemidos, hiperventilaciones, gritos y todo el abanico posible de desesperaciones. Es el festival de toxicidad en las relaciones de pareja. El séptimo programa más visto en España, con más de millón y medio de espectadores. Iría bien recordar que estos realities lamentables crean modelos de conducta en las generaciones más jóvenes que los miran. "Pase lo que pase, creedme. Que todo será bueno, aunque ahora no os lo parezca", decía la presentadora Sandra Barneda a los participantes. Para ella seguro que será bueno. Para la cadena también. Para la audiencia, lo dudo.