Más transparencia para la radio que también es Spotify

Uno de los fundamentos básicos del periodismo es la distinción clara entre información y publicidad. A medida que se han desarrollado formatos publicitarios que formalmente son también contenidos, algunos medios los identifican como patrocinios, mientras que otros hacen la vivo y no explicitan la naturaleza comercial del asunto. Pero, por lo general, la prensa tiende a clarificarlo al lector. En el caso de la televisión, el emplazamiento de productos está regulado y la publicidad encubierta prohibida por ley, así que también se suele respetar la norma de señalar lo pagado de lo que no. Ahora bien, hay ámbitos en los que esto no ocurre, y quizás es la hora de que se regule legislativamente para que el público tenga claro si se le está sirviendo liebre genuina o gato publicitario.
Un caso paradigmático es el de Spotify. Aparentemente es un servicio a demanda, pero no deja de ser una radio encubierta, ya que está diseñado para que la mayoría de las escuchas se realicen a partir de lo que la propia aplicación sugiere al usuario. El libro Mood machine relata cómo estas listas no son del todo honestas para los oyentes, ya que los artistas pueden favorecer aparecer en ella... si rebajan el dinero que reciben como compensación por las escuchas de sus canciones. Pagar por ser escuchado es lo que, en Estados Unidos, se conoció como payola, y fue prohibido por ley. Pero Spotify hace algo peligrosamente similar: el artista paga por ser escuchado –o deja de cobrar– y el usuario ignora que esa lista recomendada no está formada sólo a partir de sus gustos, sino también según los intereses económicos de la aplicación. Y podrían hacerse reflexiones similares con las redes sociales, donde cuesta saber (aunque esté regulado) qué es recomendación genuina y qué es pagado. Sólo la lentitud de reflejos explica esta disfunción reguladora, que perjudica al público.