El 'boho chic': la tendencia que toda 'pija' luce en verano

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Emma Mackey, Zoe Saldana,Chemena Kamali y Sienna Miller en la gala MET con un estilo Boho chic.

Tal y como pronostican las principales agencias de tendencias, pronto sufriremos —otra vez— un soplo estilístico de boho chic; una moda que recupera el estilo hippie de los años 70, pasado por la criba del pijerio más superficial y condescendiente. Las agencias han identificado, como un acicate significativo de este surgimiento, el debut de la diseñadora Chemena Kamali en Chloé en la última Semana de la Moda de París, con una colección rellena de vestidos largos, anchos, vaporosos y con colores terrosos. Las propuestas han gozado de gran interés en las redes, lo que hace augurar que esta moda incidirá en las grandes cadenas de confección en la primavera del 2025. Pero no es la primera vez —más bien la tercera después de la segunda ola de los 90 — que el boho chic impregna la moda, si es que en algún momento ha acabado de marcharse del todo. Pero vayamos a palmos y empecemos por el principio.

A mediados de la década de los 60 irrumpieron en la escena contracultural los hippies, caracterizados por un importante compromiso político en campos como la lucha anticapitalista, el pacifismo, las desigualdades sociales por género, clase y raza o la sostenibilidad. Esta lucha desembocó en una estética que intentaba traducir, con la máxima coherencia posible, su ideario, con unos colores suelo por la preocupación ambiental y una ropa parcheada y reaprovechada como lucha contra el consumismo. Las combinaciones de estampados imposibles simbolizaban la libertad, al tiempo que seguían la idea de fealdad como arma simbólica contra lo establecido. La similitud estética entre hombres y mujeres encarnaba la voluntad de mayor igualdad entre sexos y los detalles rurales reivindicaban una recuperación de los valores del campo respecto a la ciudad. Y, por último, la incorporación de elementos de otras etnias pretendía alinearse con las luchas antirracistas, pese a estar cayendo en una apropiación cultural de la que todavía no eran conscientes.

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Llevada por el gran impacto del hippismo, el mundo de la moda recogió ese nuevo imaginario estético y lo convirtió en un estilo apto para ser consumido. Creadores como Thea Porter, Ossie Clarke, Bill Gibb, Yves Saint Laurent y Missoni, entre otros muchos, iniciaron un proceso de estetización del estilo hippie diluyendo su profundidad política y edulcorando sus rasgos más extremados, para hacer -lo más aceptable social y fácilmente comercializable. El boho chic, a su vez, es un paso más del fenómeno, porque nace cuando las clases altas lo adoptan y dulcifican, aún más, cualquier vestigio disruptivo y romantizando hasta el extremo cualquier reivindicación de carencia de privilegio. De hecho, su nombre, fruto de unir las palabras bohemio y chic, ya es bastante esclarecedor de la incongruencia de la tendencia, dado que un bohemio auténtico estaría en las antípodas de querer ser chic, es decir, elegante, distinguido y acorde con las tendencias.

No es nuevo que las clases altas se diviertan ocasionalmente vistiendo como las bajas o empruntando rasgos de culturas colonizadas, como Maria Antonieta vestida de pastora, los orientalistas decimonónicos con kaftanes y Jane Birkin con bombachos. Por eso, en épocas veraniegas y emplazamientos costeros, prolifera gente con poder adquisitivo elevado con cestas, camisas marineras, alpargatas de esparto, brazaletes de hilos, pareos con estampados de la India y faldas largas plisadas relacionadas con la etnia gitana. Son concesiones estéticas de corta duración porque, terminadas las vacaciones, todo vuelve estilísticamente a su sitio.

El boho chic encarna, de forma fehaciente, la capacidad que tiene el sistema capitalista de despejar de contenido cualquier lucha política y la frivolización desde las clases altas de cualquier expresión política de desigualdad. Además, también evidencia la predisposición posmoderna a la recuperación superficial del pasado y de la diversidad cultural, como un mero juego de apropiación estético sin un trasfondo conceptual ni reflexión crítica, simplemente para saciar la bulimia consumista que reclama, incansablemente, cambios y novedades constantes.

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