

El motor de Europa, Alemania, todavía va con carbón y gasolina mientras las grandes potencias del siglo XXI se están electrificando a marchas forzadas. Y éste no es un problema de los coches: la falta de empuje afecta a la industria en general, a todo el sistema económico e incluso a la política. La pérdida de capacidad y voluntad de innovación, de empuje y visión de futuro se traduce en un problema estructural que da alas al populismo xenófobo. Y en lugar de señalar la avería clave –la economía– la extrema derecha apunta contra los inmigrantes sin tener en cuenta que sin ellos el sistema económico caería como un castillo de naipes. Pero los inmigrantes –tal como puso de manifiesto hace apenas cuarenta años el intrépido periodista autor de Cabeza de turco, Günter Wallraff– son el chivo expiatorio perfecto y lo tienen complicado para defenderse.
Alemania ya no es lo que era y, por tanto, Europa tampoco. El mundo ha continuado avanzando mientras los alemanes y los europeos en general casi lo mirábamos como si fuéramos espectadores, desde la grada. Nos hemos quedado mirando mientras Estados Unidos y China se disputan el dominio tecnológico con el desarrollo de la inteligencia artificial generativa y centros de datos cada vez más imponentes. Como si no pudiéramos hacer nada, como si no tuviéramos que decir la nuestra. Alemania se ha quedado especialmente retrasada en lo que se refiere a la carrera digital, más que muchos otros países de la Unión Europea, lo que perjudica aún más su economía. Pero el resto de la Unión, a nivel global, no está en una situación muy distinta y tampoco puede competir con EEUU y China.
El motor alemán no solo todavía funciona con gasolina sino que, además, los problemas estructurales que acumula, tal y como explicamos en el dossier de este domingo, le han dejado gripado. El país que debería ejercer el liderazgo en la UE avanza a medio gas a todos los niveles, también en el diplomático. La geopolítica internacional, empujada por personajes como Vladimir Putin y Donald Trump, funciona hoy en día más que nunca desde la Guerra Fría según la ley del más fuerte. Europa, si no quiere ser pisada, tendrá que demostrar fortaleza. Y Alemania debería empujarle.
Pero Alemania, por ahora, no está en condiciones de hacerlo. Y Francia, que podría ser el otro gran motor de la UE, tampoco. Quedó claro con el tibio resultado de la reunión de París convocada por Emmanuel Macron cuando se hizo evidente que Trump y Putin ignorarían a la UE en las negociaciones para Ucrania. Además, que Francia esté al borde de caer en las garras de la extrema derecha la deja en una situación complicada para intentar ejercer liderazgo alguno en Europa.
Con este panorama habrá que ver si, tal y como prevén las encuestas, los conservadores de Friedrich Merz ganarán las elecciones de este domingo y, sobre todo, qué tipo de gobierno se podrá formar. Un ejecutivo débil lo tendrá más difícil para aportar soluciones a la economía, hacer frente a la extrema derecha y empujar a Europa a demostrar fortaleza. Un gobierno de Gran Coalición o con los Verdes puede abrir una puerta de esperanza en Alemania y en Europa en general.