¿Cómo puede fallar tanto el operativo de control de los botellones?

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El macrobotelló del Bogatell se alargó hasta altas horas de la madrugada

Durante la segunda noche de la Mercè hubo 40.000 jóvenes congregados en la Plaça Espanya de Barcelona en un macrobotellón que acabó con 43 heridos, 13 de los cuales por heridas con arma blanca u otros objetos cortantes, especialmente botellas de cristal rotas. El día anterior ya había habido otro en el mismo lugar con 15.000 participantes, pero entonces no hubo incidentes remarcables y, por lo tanto, parece que el Ayuntamiento de Barcelona, que es el responsable de diseñar el operativo de seguridad de la fiesta mayor –como pasa en todos los municipios–, se confió pensando que estaba controlado.

Aquella segunda noche, sin embargo, la del viernes, ya se vio que no solo no estaba controlado sino que se había entrado en una “espiral de violencia”, en palabras del teniente de alcaldía Albert Batlle, cosa que obligó a movilizar más efectivos y pedir la ayuda más activa de los Mossos. Se rompieron cristales de edificios de la Fira, se quemaron y destrozaron motos y otros vehículos, y hubo destrozos y robos a los comercios de Creu Coberta. Esto ya no tenía nada que ver con el ocio nocturno y quedaba claro que había un grupo de jóvenes –una minoría, posiblemente, pero bastante organizada o amplia como para provocar el caos– que estaba totalmente descontrolada. Y esto se ha demostrado otra vez la tercera noche de la Mercè, la del sábado, cuando el dispositivo policial impidió repetir la reunión en la Plaça España pero el macrobotellón se trasladó a la playa del Bogatell y, como la noche anterior, acabó con peleas, 39 heridos, quema de motos y saqueo de establecimientos, en este caso restaurantes de la playa, a los que les robaron los aparatos electrónicos y toda la bebida.

En estos incidentes hay muchos elementos –sociológicos, antropológicos, culturales...– que hay que tener en cuenta, y estará bien que se vaya hablando de ello y se vayan analizando. Pero lo que no se puede olvidar es el elemento violento y de orden público, que, por lo que se ha visto, está descontrolado.

Los cuerpos policiales conocen el problema y lo tienen estudiado, pero queda claro que de momento no lo logran. Es muy importante que no se fomente esta sensación de impunidad, que estos grupos pueden hacer lo que quieran y que la ciudad es suya. El material es sensible porque son actuaciones que se hacen en medio de miles de jóvenes, casi niños, que lo que quieren es fiesta y que pueden resultar heridos, pero tampoco se puede permitir que esto sea la excusa para no actuar con contundencia ante los grupos violentos, ni ante los que se apuntan a la fiesta porque consideran que ahora es divertido ir a robar y destrozar locales, que también los hay.

La situación es muy delicada y habrá que revisar bien cómo se han diseñado no solo estos operativos de orden público –que claramente han fallado y por lo tanto habrá que asumir responsabilidades–, sino también las alternativas de ocio que se han dado a estos jóvenes, que con parte de razón reclamaban un espacio para la fiesta después de dos años de cierre. Si se asumía cierta permisividad en los botellones quizás era mejor tener una oferta oficial al aire libre de ocio controlado. De la posibilidad que esto derive en más contagios ya hablaremos otro día. 

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