En un contexto de dificultades económicas y precariedad laboral, ¿cómo es posible que se convoquen plazas de maestros y no se cubran? De los sesenta especialidades de las que se pueden examinar ahora los docentes de secundaria y formación profesional, la mitad tienen menos aspirantes que el número de plazas convocadas por el Gobierno. Las asignaturas de matemáticas, informática y catalán están entre las más perjudicadas. En ambos primeros casos, el sector privado ofrece mejores sueldos. En el tercer caso, faltan filólogos. También puede haber influido en este fiasco un cansancio entre los profesionales sin lugar fijo por el ciclo de oposiciones y exámenes –en algunos casos caóticos– de los últimos dos años, o por el hecho de que esta vez las pruebas se realicen en abril –no en el verano–, y por tanto en plena época laboral y con menos tiempo para el estudio.
Pero más allá de eso, ¿hay un problema de desprestigio de la profesión docente? El trabajo de maestro había sido claramente vocacional, como el de médico, por ejemplo. Sin embargo, en los últimos años los centros han ido integrando, sobre todo en el sector público, personas atraídas más por la seguridad laboral y por unas condiciones correctas, sobre todo en comparación con otros sectores profesionales, que propiamente por la docencia. Esto, sin embargo, ha ido en paralelo a un proceso de fuertes cambios en los centros, con la educación situada en el ojo del huracán. Una sociedad social y económicamente avanzada necesita jóvenes con una alta formación y cualificación, lo que sólo puede garantizarse con un sistema educativo, de primaria en la universidad, de calidad. Los resultados, sin embargo, no han acompañado. Hay preocupación.
El mundo educativo ha visto cómo le afectaban un cúmulo de transformaciones: de modelos de familia, de cambio en el concepto de autoridad, de nuevas tecnologías, nuevos métodos, de orígenes diversos del alumnado, de modas temáticas y culturales, de evolución ideológica, de secularización, etc. Y a pesar de los intentos e innovaciones diversos, no siempre bien implementados, no se ha acabado de encontrar la forma de hacer frente a esta complejidad. Sin duda, tampoco han ayudado los recortes de la primera crisis, que en parte se han corregido, ni el añadido de la pandemia, que ha supuesto otra sacudida.
La realidad es que los chicos y chicas de ahora no son ni estudian ni aprenden lo mismo ni de la misma manera que sus padres y madres, ni los padres y madres lo hicieron como los abuelos y así podríamos seguir atrás. El trabajo docente nunca ha sido fácil. Ahora tampoco, por supuesto. Hoy, además, ha perdido el aura de otras épocas. Es necesario, pues, encarar con valentía la situación para salir del bucle. Es perentorio recuperar el prestigio social de los maestros, lo que sólo se conseguirá con muchos esfuerzos combinados –de la administración, de los medios de comunicación, de las familias...–, pero sobre todo empezando porque los docentes vocacionales, que siguen siendo muchos , se pongan al frente del colectivo. Es a ellos a quien corresponde tomar el liderazgo y defender su labor y su ambición educativa.