Hemiciclo del Parlamento de Cataluña
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Estamos iniciando el 2025, un año especial, porque se cumplen 50 de la restitución de la democracia, lo que sin duda nos llenará de miradas comparativas y balances. Seguro que más allá de lo que se puede inferir de los datos, las conclusiones que se sacarán serán muy diversas, ahora que vuelve a haber gente que cree lo que Vázquez Montalban dijo con tanta ironía, que contra Franco vivíamos mejor.

Aclarar qué ha pasado no es sencillo: la esperanza de vida de la población, un indicador clave para saber si hemos mejorado, ha pasado de 73,44 años a 83,77 en el conjunto de España; en Cataluña ha progresado de forma similar, manteniéndose unas pocas décimas por encima del conjunto. La renta per cápita se ha multiplicado por 3,3; el número de estudiantes matriculados en las universidades españolas se ha multiplicado por 5. Podríamos ir añadiendo grandes avances que se han producido en estos 50 años en los aspectos más básicos de la vida colectiva. Uno crucial: si hablamos de derechos y de la libertad personal, política, sexual o de expresión, la comparación ya no tiene sentido. Simplemente, bajo la dictadura, no existían, por lo menos para la gran mayoría de la población.

Vamos a palmos, sin embargo. ¿Estas mejoras son atribuibles a la democracia? Está claro que los derechos y libertades políticas y personales, totalmente. Por lo que se refiere a las mejoras en la esperanza de vida y al crecimiento económico, el avance es innegable, pero ya se había iniciado en los últimos años del franquismo, porque corresponden sobre todo a una evolución general de las sociedades, especialmente en Europa . En algunas comparaciones con nuestros vecinos hemos retrocedido, por ejemplo en relación con la calidad de vida, que ha mejorado mucho, pero no tanto como en otros sitios. Y en cuanto a la distribución de la renta, otro parámetro absolutamente fundamental para entender la evolución de una sociedad, se produjo una gran mejora durante los años 80 y 90, pero a partir de 2000, aproximadamente, ha comenzado el retroceso. Por suerte, se desarrolló en aquellos primeros 20 años de democracia el estado del bienestar, que, en el momento actual, es la herramienta fundamental para una cierta redistribución de la renta, porque traspasa recursos, bajo diversas formas, a los sectores sociales más desfavorecidos.

Desde mi punto de vista, el de una persona nacida en los años 40 y habiendo vivido intensamente las luchas antifranquistas y la transición, el balance es absolutamente positivo, a pesar de que no se consiguiera todo lo que imaginábamos. Me subleva oír hablar con desprecio del régimen del 78, una conquista que costó sangre, sudor y lágrimas. La anécdota del autobús 47 nos lo ha hecho revivir hace poco, y conviene recordarlo a menudo para evitar los peligrosos cantos de sirena que frecuentan ahora. No se trata de pedir reconocimiento alguno: mi generación ha sido muy afortunada, porque hemos visto mejorar las cosas y hemos podido contribuir, con aciertos y errores, obviamente. La generación terrible fue la anterior a la nuestra, que empezó muy bien, con la República, y después quedó devastada.

Dicho esto, y partiendo del hecho de que cada generación necesita, en cierto modo, negar la anterior para poder situar sus propios objetivos, existe una diferencia importante entre el talante colectivo de 1975 y el que ha predominado en los últimos años . Durante los primeros setenta oíamos que se anunciaba un cambio positivo y había unos objetivos compartidos por mucha gente. Son los años de las canciones de lucha, como La estaca, tan representativa de aquella época, o las de todos los que dieron voz a esa esperanza compartida. Años de poesía, de música, de risas, de bailes en la calle, de transgresiones, de movimiento universitario, de experimentación sexual, de descubrimiento del feminismo. Tiempo alegres, cuando todo se iba poniendo en su sitio, muy lentamente, es cierto, pero sin pausa. No hace falta mitificarlos, tampoco, era lo que tocaba, sin apenas ganas de ser héroes ni mártires, sino, simplemente, de poder vivir normalmente, poder escribir o cantar o dar clases sin exponernos a la censura oa la detención. Contra Franco vivíamos mucho peor, pero más alegres, porque teníamos un objetivo y una esperanza.

Y eso es lo que creo que oscurece ahora nuestro talante. La carencia de un proyecto colectivo que permita esperar días mejores. Estuvo, ciertamente, el clamor por la independencia respondía a una voluntad de mejora en la profundización democrática, pero fue un proyecto imposible, dejando división y amargura.

50 años más tarde vivimos, en general, mucho mejor, pero con más miedo, más desesperanza. Rodeados de retos peligrosos. Hay que hacerle frente, reconstruyendo un proyecto democrático inquebrantable, porque sólo con la democracia podemos prever un futuro mejor para todos y seguir avanzando en aquella esperanza del 75.

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