Los cambios de la guerra

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Los cambios de la guerra

El presidente ruso, Vladímir Putin, tiene en sus manos una gran capacidad de causar muerte, dolor y humillación, pero no ganará la guerra que se había imaginado. De hecho, la perdió el 25 de marzo cuando la realidad de la reacción ucraniana lo obligó a abandonar la idea de entrar a sangre y fuego en Kiev, y tuvo que concentrar las tropas en lo que denomina eufemísticamente “completa liberación del Donbás”.

La actuación de tierra quemada que había desplegado en las carnicerías cometidas en Chechenia y Siria, donde convirtió en objetivos de guerra las infraestructuras civiles, incluidos hospitales y viviendas, se ha repetido en Ucrania, pero con unos resultados imprevistos para un líder autoritario rodeado de reverencias. Si leer la realidad es siempre difícil, todavía lo es más en un régimen basado en el temor y la obediencia, y en el cual la libertad de criterio se persigue implacablemente. Como en las mejores épocas, en el Kremlin no hay supervivencia sin sumisión, y la crítica, la disidencia o la libertad de prensa hace muchos años que se paga con prisión o con la vida. De hecho, ayer mismo la Duma aprobó también que la Fiscalía pueda cerrar directamente cualquier medio internacional en caso de que se considere que da informaciones “hostiles”.

Necropolítica

Putin ha sustituido la política de expansión económica –apoyado en la cleptocracia– por la política de la muerte. La invasión es incomprensible en una lógica de progreso interno, como explican los periodistas de Nóvaya Gazeta en su página web alojada fuera de Rusia, donde no pueden trabajar (Novaiagazeta.eu ): “La guerra es el resultado de un largo proceso de sustitución de la lógica del desarrollo y la vida por la lógica de la destrucción y la muerte, la lógica de la necropolítica”. La retórica hace años que dura. Si inicialmente Putin hablaba de crecimiento económico y renacimiento cultural, hace años que empezó “una rehabilitación histórica de Stalin e Iván el Terrible”. Ya en 2014 el jefe de gabinete del presidente decía abiertamente: “Sin Putin no hay Rusia”. A la cleptocracia lo ha seguido el expansionismo imperial y, una vez más en la historia, el pueblo ruso se presenta como una figura silente, la vida y la muerte del cual está en manos de los mandatarios del país.

Un régimen autoritario está en mejores condiciones de ganar una guerra por la capacidad de sufrimiento que puede infligir a la población, pero la implicación de la OTAN y la acogida de Ucrania en la UE apunta a un estancamiento ruso más allá de la victoria militar sobre el Donbás. Una victoria que se puede consolidar por una destrucción brutal culminada con el desplazamiento de población que puede permitir el control político y militar de la zona.

En los próximos meses se tendrá que volver a la mesa de negociación y el Donbás será la pieza de intercambio.

Un nuevo (des)orden

La invasión de Ucrania ha comportado un cambio de fronteras, pero no donde Putin se esperaba. Si quería emular a Pedro el Grande y Napoleón, la realidad hoy es que su escenario ha pasado de reconstruir la Gran Rusia a tener a la OTAN ampliada en el umbral de su territorio actual.

Ucrania es hoy un escudo de EE.UU. en territorio europeo por decisión europea. La incapacidad de la Unión por defender sola las fronteras en el continente ha reforzado la Alianza Atlántica y ha permitido un paso de gigante en la alineación de la UE con los intereses de EE.UU. para hacer frente a China.

Las relaciones económicas de Moscú y Pekín despiertan un temor fundamentado de que el régimen chino pueda pasar de la ofensiva económica al terreno militar con Taiwán en el punto de mira una vez ha culminado la anexión y la desdemocratización de Hong Kong.

La ampliación de la OTAN se hará gracias a otra alianza con el diablo encarnada en el primer ministro turco. Erdogan es uno de nuestros sátrapas y, a cambio de armamento (6.000 millones en F16) y extradiciones a costa una vez más del pueblo kurdo, ha levantado el veto a Finlandia y Suecia.

En el ámbito regional, España ha ampliado su relación con EE.UU. gracias a su posición geográfica y al apoyo obtenido en la política de inmigración, de contención de la inmigración africana –en buena medida sudanesa– a través de los sátrapas útiles de Marruecos.

El tablero internacional está en convulsión y aparecen nuevos actores en el G-7 de Baviera, con países muy afectados por la crisis inflacionaria y de abastecimiento energético y alimentario, como Argentina, India, Indonesia, Senegal y Suráfrica. En el otro polo se reunían virtualmente los emergentes (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica, los BRICS) convocados por Pekín y hoy grandes importadores de petróleo y gas ruso.

El tablero se mueve peligrosamente en Europa en un mundo en crisis. Para Europa el reforzamiento de la alianza con EE.UU. a través de la OTAN es la opción menos mala siempre que los norteamericanos mantengan la capacidad de ser un país ejemplarmente democrático. No es una obviedad.

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