La conjura de los estúpidos

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La conjura de los estúpidos

Los humanos quizás siempre hemos sido igual de estúpidos, pero el nivel de información de los individuos era menor y la sensación de impotencia podía ser llevadera. Convivimos día a día con guerras, con la emergencia climática, y la incertidumbre quema ampliada por el ruido.

Hoy, intentar hacer un periodismo constructivo, que nada tiene que ver con un optimismo lánguido o acrítico, se convierte en un trabajo titánico. Lejos del desánimo o de bajar los brazos, cuando te pones a escribir sobre la semana ves con claridad la fuerza que tiene la barbarie, la confrontación y el miedo al otro. Somos una sociedad en tránsito y no sabemos hacia dónde.

Palestinos

Con el paso de los días y la política de mirar hacia otro lado para dar tiempo a los “nuestros”, nos vamos familiarizando colectivamente con dos guerras cercanas y repugnantes. ¿Cuánta violencia debemos soportar antes de mirar al enemigo a los ojos?

Atrapados por la memoria y el pasado, observamos cómo el primer ministro israelí comete la atrocidad de borrar un pueblo, cientos de miles de seres humanos, del mapa. El hambre de los civiles se ha convertido en arma de guerra y hoy los movimientos militares fuerzan la salida hacia la frontera de Egipto de los cientos de miles de palestinos desplazados. El ejército israelí entrará en Rafah, un océano de tiendas de campaña, mientras los combatientes de Hamás ya han regresado al norte y al centro de la Franja que el ejército ya ha abandonado después de arrasarlo todo. Hay guerras que no se pueden ganar, y ser conscientes de ello ahorraría muchas muertes.

¿Pero cómo se le pone fin? La multilateralidad de la ONU ya no tiene credibilidad y Estados Unidos ha perdido liderazgo e influencia en el terreno de la política internacional.

Tanto EE. UU. como Rusia tienen a unos conductores inquietantes para la estabilidad mundial. Los liderazgos no aseguran la virtud del individuo, pero el desconocimiento del detalle, que humaniza y decepciona, favorece la credibilidad y el respeto. Vamos, que no ver la tramoya permitía creerse la función y, en cambio, el escrutinio público de las miserias provoca la sensación de estar a la intemperie.

Los sistemas políticos suelen ser más fuertes que los propios liderazgos, pero las elecciones estadounidenses nos presentan un panorama desolador. Será una elección entre dos candidatos de 77 y 80 años con dificultades cognitivas que compiten por liderar la gran potencia nuclear. La Fiscalía de EE. UU. ha lanzado un misil en plena campaña electoral definiendo a Biden como un “hombre mayor, bien intencionado, con poca memoria” y que tiene las “facultades disminuidas por la avanzada edad”. Las dificultades de Trump van más allá de las judiciales y entran en el terreno de la comprensión del mundo. La salida para los demócratas podría ser la elección de un candidato alternativo in extremis pero es poco probable, y Europa se puede ir preparando para tomar decisiones adultas en temas de defensa, seguridad, comercio y relaciones exteriores.

El debilitamiento del equilibrio de las dos superpotencias de la Segunda Guerra Mundial que vivimos al final del siglo XX sigue evolucionando con nuevos actores, nuevas voces y un sistema democrático que ni se ha globalizado ni lo hará. Tampoco la Rusia totalitaria de Vladimir Putin, que a efectos reales se presentará en solitario a unas elecciones de pantomima y que sigue reforzando su imagen de malvado de película con la contribución de la propaganda propia y ajena. Sus tentáculos con la extrema derecha para debilitar las democracias europeas y estadounidense son cada día más claros. Pero no es el caso del independentismo catalán, que pecó de naïf también en sus relaciones internacionales. La operación de intentar implicar al independentismo en una campaña desestabilizadora del Kremlin quizá hubiera sido creíble con otros interlocutores.

Interlocutores aficionados

Las relaciones internacionales serias de la Generalitat se articularon con un grupo profesionalizado de diplomáticos extranjeros dispuestos a abrir puertas en las cancillerías europeas para explicar el caso catalán y contrarrestar la diplomacia española. Los resultados fueron muy pocos y los logros fueron reduciéndose progresivamente a medida que se fue poniendo énfasis en la unilateralidad política.

Los contactos con Rusia tienen la apariencia de conversaciones de oportunistas con gente de negocios poco recomendable. Probablemente sea un indicador más de la falta de sentido de la realidad de la mayoría de políticos que lideraron el Procés. Ni sabían qué es el Estado en España ni sabían que jugar con Rusia quema.

Para poner un apunte positivo, pese al ambiente enloquecido que se vive en Madrid, se acabará con un acuerdo sobre la ley de amnistía. Ni PSOE ni Junts pueden permitirse fracasar. La suerte de Sánchez y la de Puigdemont están cada día más vinculadas. No hay vuelta atrás que pueda ser comprensible para los votantes de Junts, y el desgaste del aterrizaje ya se ha hecho. Si no, que se lo pregunten a los desencantados del Consell de la República.

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