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Rachel Zegler en 'Blancanieves'
08/04/2025
Abogado y escritor
3 min
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Pensamos que con las astracanadas de Trump estamos descubriendo América de nuevo, la que había oculta tras las ilusiones del Partido Demócrata y de Hollywood, pero quizás estamos descubriendo nuestros propios límites. Lo que más me ha impactado en los últimos meses no han sido las ocurrencias del POTUS o de su estrafalario mentor, Elon Musk, sino el boicot del público en general en la nueva película de Disney, Snow White. La reposición ya no nos indica el cambio de valores desde 1937 hasta la fecha, sino cuántos cambios de valores más somos capaces de tolerar. Porque ahora no es Trump quien propone una involución: ahora es el propio público. Y lo que más me preocupa es que yo, posiblemente, me incluyo.

Disney era el termómetro de valores ideal. Desde aquí, te enterabas de que Frozen ya prescindía de los príncipes y se centraba en la gestión de las fuerzas de una chica, y ya podías afirmar que estabas al día respecto a los papeles modernos del hombre y de la mujer. De acuerdo. Después te enterabas de que habían estrenado Maléfica y podías tomar nota de la necesidad de redención, de la relativización del concepto de maldad: una decisión rousseauniana que concluía que la mujer es buena por naturaleza, que sólo hacía que responder a sus propios traumas de niñez y que, como Jessica Rabbit, simplemente la habían dibujado así. De acuerdo: Disney señalaba el camino de la complejidad moral, del no juzgar antes de tiempo y de confiar en la gente. Compro, y especialmente si el mensaje es hacia los niños. Pero con la nueva versión de Blancaneu ha quedado claro que las buenas intenciones tienen un límite, que la corrección política puede convertirse en absurda y que el efecto final puede ser nefasto tanto en términos éticos como estéticos. En resumen: que el wokismo en ocasiones no nos hace mejores. Y, especialmente, no hace mejores las historias y las películas.

Es curioso, porque no veremos a Disney, ni a ninguno de sus guionistas, preguntarse sobre los traumas de niñez de Trump. O perdonando a Elon Musk su cara de malísimo de James Bond jugando a tenedores y cuchillos con un botón nuclear en la otra mano. En este caso no, ellos son malos absolutos, personas con planes diabólicos en la cabeza, potenciales asesinos, indudables fascistas. La paradoja es que Disney ha querido vendernos estos últimos años que los malos no lo son tanto, que el mal absoluto no existe, que hay que abrazar al enemigo y que los siete enanitos en realidad son [sic] "criaturas mágicas". Y tal vez los imperios y las culturas necesitan enemigos, antagonistas, brujas, bien y mal, gigantes de las judías, enanos del bosque y jorobados de Notre-Dame. Tal vez Blancanieves no puede ni debe ser negra, y tal vez a veces un príncipe puede salvar a una chica. No es que haya que ir a los años treinta, pero sí respetar a los hermanos Grimm y presentar la vida como un espacio de conflicto, no sólo de crecimiento interior. El votante de Trump se cansó de evitar los conflictos y decidió afrontarlos, y de la peor forma. Los demócratas no les afrontaron ni mal ni mal: los ocultaron. Por eso no dicen absolutamente nada interesante, exactamente igual que Salvador Illa o Jaume Collboni. ¡Que viene la derecha! no es un mal eslogan, porque Trump da miedo: el problema es que ahora da más miedo el supuesto príncipe "salvador" que el malo de la película.

Más que América, estamos descubriendo un Nuevo Mundo donde todo el mundo tendrá que espabilar y ser más honesto que en los últimos años. Europa, para empezar, tendrá que dejar de ser un festival de Eurovisión para pasar a demostrar si todavía es la cuna de la cultura occidental. De hecho, todavía no entiendo cómo Europa no valora acercarse a Rusia aunque sea para pacificar a Putin, como está haciendo Trump en nombre de la paz: al fin y al cabo, si Ucrania acaba convirtiéndose en un estado de la UE no veo por qué no debería convertirse también en Rusia. En Eurovisión, de hecho, ya estaba. Y sí, evidentemente debería ser después de cumplir unas mínimas garantías democráticas, pero estos mínimos ni siquiera los respetan hoy países como Hungría o España. No es en Rusia ni en China donde se ha querido encarcelar a todo un gobierno democráticamente escogido aplicando la ley del enemigo.

Una de las mejores películas de Disney, El rey león, hace decir desde el cielo al padre de Simba "remember who you are". Nos encontramos exactamente aquí, tratando de recordar quiénes somos, y decidiendo qué parte del llamado progreso nos ha desnaturalizado demasiado. Sólo entonces es cuando el pequeño león se desvela de su descanso festivo y vuelve a aportar algo útil a su sociedad.

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