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Donald Trump y la autenticidad en política

Donald Trump.
14/01/2025
Periodista, Profesor de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna URL
3 min
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Hay un buen número de elementos que pueden ayudarnos a comprender por qué Donald Trump llegó a la Casa Blanca en el 2016 y ahora ha vuelto a conseguirlo. Se trata de factores diversos y de distinta naturaleza. Factores políticos, económicos, sociales, etc. Pero también existen aquellos elementos directamente conectados con el tipo de liderazgo desplegado por el hombre de la piel naranja. Tan intenso se ha revelado este liderazgo que, por ejemplo, ha acabado haciendo que el Partido Republicano orbite en torno a Trump, hasta el punto de que el ideario y la tradición republicana se han diluido y metamorfoseado en lo que conocemos como trumpismo. El Partido Republicano se ha convertido, tanto por fuera como por dentro, en el partido de Donald Trump.

El éxito de Trump, su capacidad de atraer y movilizar a una parte muy importante del electorado, está relacionado, como decía, con el tipo de liderazgo del magnate. La teoría de la comunicación política nos indicaría en este punto que Donald Trump constituye uno de los ejemplos más emblemáticos de lo que se ha llamado la personalización de la política. La personalización significa que el político, el líder o el dirigente se sitúa en primer plano, en una posición preeminente, muy por delante del proyecto, la ideología o el partido al que representa. La personalización de la política explotó con la hegemonía de la televisión y ha llegado a su máximo punto de la mano de internet y las redes. Algunos hablan de ego politics.

Pero no es esto lo que explica el liderazgo de Trump. O no solo eso. Ni tampoco su populismo –decir y actuar para satisfacer a la gente, empleando esquemas simplificadores y a menudo binarios–, ni con la humanización –el afán por mostrarse como un ciudadano más, como el vecino del segundo primera–. No. Creo que todas estas características, por otra parte, convertidas hoy casi en condición necesaria, no llegan a explicar completamente la potencia del liderazgo de quien se convirtió en una celebridad gracias a un show televisivo.

Al estilo de liderazgo de Trump hay que añadir un rasgo fundamental que, sin embargo, no es sencillo de caracterizar. Me refiero al concepto de autenticidad. Haré una definición tentativa: por autenticidad debemos entender la capacidad del político (o líder, o dirigente) para transmitir que él, como político (líder, dirigente), se parece mucho a la persona que es. O, dicho de otro modo, que no actúa, o actúa muy poco. Que no representa un papel, sino que es él. Señala Arthur Miller en La política y el arte de actuar, criticando un debate presidencial entre George Bush y Al Gore: "En términos de actuación teatral no había realidad interior, ni autenticidad, ni una rendija por donde se pudiera captar algo de sus almas".

Es justamente esto. La autenticidad –que es diferente al carisma– consiste en forjar la ilusión de que no hay máscara, de que la máscara se ha caído, se ha esfumado. El ciudadano está harto de representación, de comedia, de la previsibilidad y aburrimiento de los manuales de comunicación. De los políticos-actores, o malos actores. De artificios. En un mundo que se ha vuelto demasiado complejo, confuso, provisional, volátil y lleno de riesgos, la gente quiere cosas de verdad. Los ciudadanos de hoy quieren saber cómo son realmente sus líderes. Los quieren de carne y hueso para poder identificarse emocionalmente o poder detestarlos.

La autenticidad es proximidad –o por lo menos la sensación de proximidad– entre apariencia y realidad, entre actor y persona. La autenticidad, esta forma de transparencia, no es necesariamente favorecedora. La autenticidad lo que hace es revelar, y ese acto de revelación puede desencadenar en los electores una percepción positiva o negativa. Hay de todo. Es necesario además contemplar la autenticidad como un continuum, una gradación. Nadie puede ser, en la escena pública, totalmente auténtico. Ni, por el contrario, nadie puede impedir que algo de su "alma", por decirlo como Miller, no rezume, no aparezca, aunque sea en forma de pálido reflejo. Hay, pues, políticos que son más auténticos, y otros que lo son menos. Unos lo son mucho –o lo parecen– y otros muy poco.

Aunque la autenticidad esté vinculada a parecer lo que se es, no estamos hablando de algo que sea fácil o sencillo de conseguir. Absolutamente al contrario. Ser auténtico, o percibido como auténtico, es muy difícil. En muchos casos resulta literalmente imposible. Tiene que ver con cierto carácter, con la química fundamental de la personalidad. En este sentido, se puede decir que es una calidad asimilable a un don ("Habilidad o calidad inmaterial que se ha recibido de Dios, de la naturaleza, etc., sin haber hecho nada por adquirirlo"). Un don que a veces supone un impulso enorme, pero que, en otros casos, estropea o impide la construcción de un liderazgo.

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