La duda como resistencia

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Una sesión de control reciente en el Parlamento.

¿Es creíble que los poderes del Estado lleguen a permitir una amnistía tal y como se ha pactado con los partidos independentistas? ¿Seguro que el gobierno del PSOE-Sumar tendrá la capacidad de ofrecer un nuevo sistema de financiación justo para Catalunya? ¿Quieres decir que habrá un traspaso integral –quiera decir lo que quiera decir integral– ¿de Cercanías que asegure su buen funcionamiento? ¿Llegaremos a ver algún día que el catalán es lengua oficial en la Unión Europea y, más aún, que recupera el espacio perdido en los Països Catalans? Las grandes decisiones anunciadas en enseñanza, ¿seguro que podrán dar la vuelta los resultados de PISA?

He escrito intencionadamente todas estas frases poniendo en duda la plausibilidad de lo que anuncian. Los discursos oficiales dan por hecho que ya lo son o que se harán realidad de forma inminente. Y quizás hay razones para pensar que tarde o temprano será así. Al fin y al cabo, es cierto que la necesidad y los intereses, más que la fe, mueven montañas. Pero visto el marco de desconfianzas mutuas, atendiendo a la experiencia pasada y sobre todo considerando el grave clima de confrontación política en España –sostenida por algunos de los aparatos de estado más poderosos–, la duda me parece más que legítima.

Ahora bien: desde una perspectiva sociológica sabemos que la preservación de la realidad digamos oficial necesita el recurso a lo que llamamos la suspensión de la duda. Éste es un principio universal que sirve para analizar cualquier lucha de poder. Es decir, y aplicado al caso que aquí se comenta, para conseguir que los objetivos y las promesas políticas antes mencionadas sean tomadas por reales por el ciudadano, es necesario que éstas se incorporen a las estructuras de plausibilidad ordinarias. Dicho más sencillo: es necesario que lo que se anuncia sea creído, que parezca posible. Y, para que todo sea creído, especialmente en situaciones como la actual de falta de credibilidad de la acción política –de crisis de la realidad política–, es necesario que se deje de dudar, aunque sea provisionalmente.

Así pues, es de esperar que aparezcan muchas voces en favor de reconfirmar las expectativas que crean los actuales discursos oficiales. También es previsible que se multipliquen las voces que traten de descalificar a quienes pongan en cuestión las promesas, acusándoles de engañar o de no entender de qué va la política, y descalificando cualquier alternativa posible –como la independencia– o aplazándola sine die. O incluso quienes expresen sus dudas pueden llegar a ser considerados cómplices del fracaso –si se produce– que anuncian. Por tanto, se intentará que quien quiera mantener la discrepancia tenga que hacer un gran esfuerzo argumental, siempre con el riesgo de parecer que hace el ridículo o de ser un hiperventilado, víctima de una radicalidad extemporánea, fuera de la realidad.

Entre los mecanismos de preservación de la realidad política actual construida sobre promesas como las enumeradas al principio de este artículo, en los próximos tiempos abundarán los gestos rituales para hacer frente a la situación de crisis de credibilidad. Me refiero a la celebración de rituales públicos como las reuniones institucionales entre líderes, las entrevistas a actores cualificados que confirmen la verosimilitud de los objetivos o, entre más, los exorcismos mediáticos contra los herejes, como son los acorralamientos en los debates públicos, o directamente excluirlos. Lógicamente, si se concretan las promesas con hechos, por poco que sean, se podrá mantener a raya la duda. Si no, la credibilidad de quienes aseguraban que los compromisos iban de verdad se vería afectada y la crisis política se acentuaría.

Hay que esperar, en definitiva, que el trabajo por el mantenimiento de la realidad política sostenida en la verosimilitud de los pactos actuales sea especialmente intenso con vistas a las próximas convocatorias electorales, europeas y catalanas. De ello depende tanto la participación como los resultados que obtenga cada una de las formaciones políticas mayoritarias. PSC, ERC y Junts tendrán que competir, pero sin poner en riesgo la credibilidad de unos acuerdos que difícilmente serán efectivos antes de las elecciones. Máximo, podrán jugar con la dilación de su efectividad, pero no con el fracaso. de los resultados finales y por no quedar, de momento, fuera de juego. Los movimientos políticos de los próximos meses nos dirán quién gana la partida.-_BK_COD_

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