Educación: un fracaso previsto en 1979

Un alumno mirando sus resultados de las pruebas PISA
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A finales de la década de 1970, el Consejo de las Universidades de Quebec decidió encargar un informe sobre "el estado del saber". El tema era tan general, por no decir ambiguo, que podía parecer inalcanzable. Sin embargo, increíblemente de aquel proyecto salió uno de los textos más importantes de la segunda mitad del siglo XX: La condición posmoderna, de Jean-François Lyotard (1924-1998), que fue la persona que tomó un encargo en apariencia inviable. El texto, brevísimo, fue publicado en forma de ensayo en 1979. En ese momento parecía un despropósito. Hacía referencia a cosas que todavía no habían pasado, y que en realidad no se consumarían hasta después de una década. 44 años después, cuesta entender cómo Lyotard pudo ser tan preciso y concreto en sus vaticinios (en el primer capítulo hay afirmaciones sobre política internacional que se han ido cumpliendo una tras otra, sin ni una sola error). Los intelectuales franceses de la época, en su mayoría marxistas, a Lyotard le dijeron el nombre del cerdo, entre otras cosas porque confundieron una descripción con una prescripción. No les haré ningún resumen del libro, sino que me centraré en una sola frase, una, que en mi opinión explica mejor el susto (fingido) del informe PISA que las docenas de artículos que he leído en los últimos días. Se encuentra casi al principio del libro y dice así: "El antiguo principio que llevaba a considerar que la adquisición del saber era indisociable de la formación (Bildung) del espíritu, e incluso de la persona, caerá en desuso cada vez más". Por supuesto que caerá en desuso: de facto, ha desaparecido de nuestra álgebra mental.

Vamos a palmos. Por qué Lyotard pone entre paréntesis esta palabra alemana, Bildung? ¿Por qué no le basta el sustantivo francés formation, ¿qué significa lo mismo? Bildung es un término con unas profundas connotaciones filosóficas. Remite a la Ilustración alemana y nos recuerda que los seres humanos sólo somos un apunte de persona y ciudadano. Para consumar este proyecto, para llevarlo a cabo, es necesario un esfuerzo constructivo que afecta tanto al individuo como a la sociedad donde tendrá que desarrollar sus potencialidades y donde también –ay– pone de manifiesto sus límites. La palabra espíritu no aparece tampoco por casualidad: es fundamental. Desde una perspectiva moderna-ilustrada, la educación no es una suma de materias o de competencias, sino justamente eso: la construcción, por norma general difícil e incierta, incluso dolorosa, de alguien que aspira a ser una persona moralmente decente y al mismo tiempo un ciudadano responsablemente crítico. Es decir, una persona formada en un sentido integral. Desde una perspectiva posmoderna, en cambio, la educación es un ámbito de autorrealización personal que tiene como horizonte básico o prioritario el bienestar emocional. El resto de consideraciones permanecen en un segundo plano. En caso de conflicto, siempre deben prevalecer los referentes que acabamos de mencionar, y por eso ahora los conocimientos se gamifican (si utilizamos el espantoso anglicismo). Desde esa mentalidad protectora, el centro de la escuela ya no son ni los alumnos ni los profesores, sino... los padres. En el nuevo ecosistema de valores, la sobreprotección ni siquiera es percibida como una anomalía o disfunción. Fijémonos, por ejemplo, en el movimiento antiinmersión: los diputados del Parlamento Europeo no vienen a escuchar a estudiantes, profesores o especialistas, sino padres. Pero esto ya es otra historia.

Ya ven, pues, que el fracaso que estos días ha hecho que rasgamos la túnica fue previsto hace casi medio siglo. Antes hemos expuesto su diagnosis comprimida en una sola frase. En caso de considerarla acertada, o al menos plausible, la prescripción facultativa debería ir en una misma dirección: fomentar todo lo que contribuya a la formación (en el sentido de Bildung que hemos visto antes) y alejarnos del estado de inmadurez perpetua donde a la dispersión, por ejemplo, se le llama "cerebro multitarea". Una corrección de esa índole sólo se logra cuando una sociedad tiene claras media docena de cosas. No hacen falta mucho más. Si prevenimos a los niños contra la pornografía y después programamos exposiciones sobre Tom de Finlandia, como hizo el Ayuntamiento de Barcelona en septiembre del pasado año, las cosas no quedan muy claras. Bien, quizás se trataba justamente de eso: la posmodernidad es una normalización de la confusión.

El desastre de los resultados de PISA en Catalunya tiene mucho que ver con una sociedad nacionalmente acomplejada que trata de redimirse siendo más modernita que nadie. También pedagógicamente. Viene de lejos todo esto: tiene una explicación, una genealogía que llega a principios del siglo XX. Aún estamos a tiempo de empeorarla.

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