En la entrevista de Esther Vera con Timothy Garton Ash, el historiador hace una síntesis de su reciente ensayo Europa (que aquí acaba de publicar Arcadia). Son una buena descripción —la entrevista y el libro— de dónde nos encontramos como europeos, como miembros de una entidad llamada Unión Europea. La idea de que esta Unión puede romperse y naufragar, más allá de un buen argumento para presentar un libro, es una advertencia consistente. Muchos estamos —estamos— acostumbrados a dar por descontada la existencia de la UE, pero los motivos para temer por su integridad (desde la presión de grandes superpotencias enemigas como Rusia y China hasta la descomposición que aportan populismos como el de 'Orbán, o el gran descalabro del Brexit) son muchos y no son menores. La desafección de muchos ciudadanos también es importante: las derechas extremas y ultras son antieuropeístas por definición, y al otro lado ideológico, muchos ciudadanos de izquierdas, o simplemente progresistas, sienten a menudo decepción y desánimo por el papel de la Unión Europea en cuestiones trascendentes : las guerras actuales de Ucrania y Gaza son buenos ejemplos, como también lo es —de siempre— su incapacidad para desarrollar una política migratoria común y basada en el respeto a los derechos humanos. El hecho de ser, como suele decirse, un club de estados (y, por tanto, a menudo escasamente sensible a las necesidades de las minorías nacionales) tampoco es estimulante.
Y, sin embargo, hay que ser europeístas. El europeísmo no es una cuestión de fe, sino de memoria. Como explica el propio Timothy Garton Ash, el primer valor de la Unión Europea, y el motivo por el que se fundó, es ser un espacio de paz. Este objetivo se ha cumplido únicamente en las fronteras de la Unión, pero es que esto no es poco. Especialmente como súbditos del Reino de España, y como ciudadanos de los Països Catalans, podemos estar seguros de que la pertenencia de España a la Unión Europea ha sido clave para evitar, en estas últimas décadas, que el sistema político español cediera al guerracivilismo que estos días hemos visto campar por las calles de Madrid, Barcelona y otras ciudades del Estado. No es poco. Del mismo modo (lo dice también Garton Ash) que Europa todavía no se explica sin volver a 1945, España también sigue sin poder explicarse sin partir de 1939.
Si las manifestaciones ultras (con eslóganes y simbología neofascista, con amenazas de muerte llamadas a corazón) y la beligerancia de los partidos de la derecha nacionalista son la pregunta, es necesario saber encontrar la respuesta. La reunión de todos los repudiados por la España autoritaria en torno a un gobierno y una idea de reforma en profundidad del Estado puede ser una forma de empezar a construir esta respuesta. La Unión Europea debería ser otra parte de la respuesta, con una profundización en la idea (de tradición bien europeísta, precisamente) de respeto y aprecio por la diversidad lingüística, cultural y nacional. Por ahí hay un camino a recorrer. La alternativa son las hordas vociferantes y una derecha retrógrada apoyada en un jefe de estado y una magistratura tristemente parciales.