¿Qué Europa votamos?

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Emmanuel Macron durante su visita al Memorial del Holocausto, en Berlín.

Influencia. Si la portada de The Economist de este mes de junio es premonitoria, las tres mujeres que definirán Europa son Ursula von der Leyen, Giorgia Meloni y Marine Le Pen. La Europa dura se impone. La del control tecnocrático, la seguridad y la vehemencia retórica. Una combinación de Europa posibilista y recorte de derechos. Sería la claudicación definitiva de una idea humanista de Europa, a menos que compremos el argumentario del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, cuando aseguraba que no hay nada más “humanitario” que hacer entender a los migrantes que no deben venir a la Unión Europea porque no podrán quedarse. Y esta es la política que se ha impuesto.

Pero, diga lo que diga The Economist, todavía no hay nada decidido. La primera toma de posición sobre qué UE quisiéramos para los próximos años será ir a votar o no ir el domingo.

Agendas. Estamos ante veintisiete elecciones diferentes para elegir un mismo Parlamento. En Austria se impone el mensaje de “detener el caos de la UE, la crisis de asilo, el terror climático y la guerra”, como dice un cartel del Partido por la Libertad (FPÖ), la extrema derecha que lidera las encuestas. En Alemania, la izquierda y la socialdemocracia hablan, en cambio, de la necesidad de paz. Pero buscan paces distintas. En Eslovaquia, el intento de asesinato del primer ministro ha hecho enmudecer la campaña. El Fidesz, el partido de Orbán, afirma que la soberanía de Hungría está siendo amenazada por una UE que describe como un "imperio" comparable a la Unión Soviética. En Francia e Italia, uno de cada tres votantes prevé apoyar a los candidatos de Le Pen y Meloni. Bélgica, en cambio, está centrada en las elecciones federales, que también deben decidirse el domingo. Polacos y bálticos votarán pensando en Rusia. Y todo esto, la suma de tanta confrontación interna que decantará el voto, acabará decidiendo la próxima Eurocámara.

Mientras tanto, sin embargo, las encuestas y los titulares han ido reforzando la idea de esta extrema derecha “soluble”, como la llama Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert Schuman, que representa a Giorgia Meloni. Apta para disolverse en alianzas de conveniencia o de necesidad.

Retos. La UE es víctima de las debilidades democráticas de sus estados miembros. En Europa y Estados Unidos las democracias están cada vez más cuestionadas en términos de participación, eficacia y capacidad de solucionar problemas. El propio Emmanuel Macron advertía, en campaña, a Alemania, de que no habrá mayor crecimiento ni prosperidad en la UE sin más presupuesto.

Como denuncia la Fundación Bertelsmann, “todavía vivimos en una Unión de la desigualdad”. La antigua "máquina de convergencia de la UE" –los fondos de cohesión que tenían que garantizar el desarrollo de los territorios con menores índices de riqueza– hace tiempo que va a la baja. Los esfuerzos económicos de los últimos años han ido a las urgencias, de la pandemia al apoyo a Ucrania, mientras las tasas de crecimiento de muchas regiones europeas, especialmente del centro y el este del continente, van renqueando. Hay una Europa en riesgo real de quedarse atrás. Otras llevan años estancadas, como las antiguas regiones industrializadas de Valonia, en Bélgica, o el noreste de Francia. Según datos de la Fundación Bertelsmann, medido en términos de PIB per cápita ajustado por el poder adquisitivo, un luxemburgués tiene hoy un nivel de vida en torno a ocho veces superior al de una persona que vive en el noroeste de Bulgaria. Las brechas de riqueza interna son una realidad tangible en la Unión Europea que también se expresa en las urnas.

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