Suboficials británicos  reciben entrenamiento en el uso de la máscara antigas durante la Primera guerra mundial.
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El gran problema del mundo actual es que hay más globalización económica y comunicativa que globalización política. Aun así, las instituciones de gobernanza global disfrutan de una mala salud de hierro y son cada vez más activas para afrontar nuevos retos. La próxima semana, en los Alpes bávaros, tendrá lugar la cumbre anual del Grupo de los Siete, lo más parecido a un gobierno mundial que ha existido nunca. Se centrará en vigilar el cumplimiento del acuerdo climático sobre descarbonización, además de abordar temas como la pandemia y Ucrania. Inmediatamente después, en la segunda mitad de la semana, la cumbre de la OTAN se reunirá en Madrid, en el 40.º aniversario de la adhesión de España, para aprobar un nuevo concepto estratégico para los próximos diez años.

Muchas otras noticias recientes muestran que las instituciones globales avanzan en un mundo interdependiente. Sin ningún orden concreto: el presidente del Brasil tiene problemas con el Mercosur, pero pide ser miembro de la OCDE. El Reino Unido se ha convertido en candidato para unirse a la Asociación Transpacífica. La India, rompiendo con su tradición de "autonomía estratégica", ha firmado nuevos acuerdos comerciales preferenciales con Australia y el Reino Unido. Hay un acuerdo de Libre Comercio Continental Africano que abarca 54 países. La próxima reunión de los ministros de la Organización Mundial del Comercio pedirá una cooperación global más amplia sobre el cambio climático y la prevención de futuras pandemias. Sobre la mesa hay varias iniciativas para gravar las grandes corporaciones tecnológicas y los precios del carbono. Y mi preferida: el Grupo de los Siete ha invitado al primer ministro de la India a la reunión de la semana próxima. Vuelve así a ser, temporalmente, el Grupo de los Ocho, incluyendo ahora la democracia más grande del mundo.

Paralelamente, la Unión Europea, liderada por Ursula von der Leyen, avanza con nuevas iniciativas. La UE no es una alternativa a la globalización, sino que forma parte de ella. La globalización no quiere decir que cada nuevo producto comercial o iniciativa política tenga que cubrir los doscientos países del mundo. Actualmente, el comercio transfronterizo y las inversiones extranjeras directas se concentran en áreas continentales, pero en el total del mundo son más altas que antes de la pandemia. 

Sabíamos que los estados miembro de la Unión Europea no controlan algunos de sus elementos esenciales, como las fronteras y la moneda. Pero ahora otras tareas fundamentales del gobierno pasan a manos de instituciones europeas o globales. La seguridad y la defensa están organizadas por una OTAN en expansión, así como por las fuerzas de despliegue europeas y un plan para aumentar el gasto a nivel de la UE. Los programas de infraestructuras están dominados por la crisis energética, que requiere acuerdos internacionales para el suministro de gas y petróleo. La UE está incrementando sus propios recursos financieros para afrontar una nueva crisis de deuda inminente en varios países. Muchas regulaciones tradicionales de los estados, como por ejemplo los aranceles, el control de las importaciones o la “evasión de capitales”, están tan obsoletas que se utilizan solo como sanciones contra el enemigo, como Rusia.

La pérdida de soberanía es especialmente visible en España, donde las finanzas públicas han sido controladas por la UE a través del procedimiento de déficit excesivo durante más de diez años. Como casi todos los otros países de la UE, el presupuesto estatal anual es redactado, revisado y aprobado por la Comisión Europea antes de que el Parlamento nacional empiece a deliberar. Los tribunales europeos han rechazado la dependencia del máximo poder judicial español del Govern y el Parlament, han bloqueado varias decisiones del Tribunal Supremo, incluidas las euroórdenes, y han abierto cerca de 600 investigaciones por delitos económicos y financieros, incluidos algunos usos fraudulentos de subvenciones europeas.

Hubo un proceso comparable de globalización económica y comunicativa con déficits flagrantes de instituciones globales a principios del siglo XX. En aquellos años, la proporción de comercio exterior respecto de los productos nacionales era similar a los niveles actuales (en realidad, era más grande porque había menos estados). La gente viajaba sin pasaporte. Es conocido como John M. Keynes escribió que, desde su oficina de Londres, podía pedir por teléfono cualquier cantidad de los varios productos de toda la tierra para serle entregada en su puerta, aventurar sus activos en nuevas empresas de cualquier parte del mundo y poseer monedas o billetes de casi cualquier país sin esperar ninguna queja o interferencia.

La alternativa a estos procesos globalizadores son los nacionalismos, las restricciones al comercio, el racismo, la xenofobia, las guerras soberanistas. Todas las guerras entre estados son guerras por la soberanía. En última instancia, como por ejemplo empezamos a ver, la alternativa a una globalización política más grande es la guerra. Como fue el 1914.

Josep M. Colomer es investigador de la Universidad de Georgetown y del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la UAB
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