Informe PISA: ¿dónde están los libros?

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Imagen de archivo de un aula de la Escuela Decroly, en el distrito de Sarrià-Sant Gervasi de Barcelona.

La tormenta que desató el resultado en Catalunya de las últimas pruebas PISA fue de campeonato. Rara vez se ha visto que la educación ocupe un lugar tan central y durante tantos días en todos los medios de comunicación. Y no hay para menos. Hay preocupación y hay urgencia por encontrar razones, causas y soluciones. Ha habido cientos de artículos, intervenciones, entrevistas, tertulias dedicadas al tema. Hemos visto lamentaciones, desgarros de vestiduras y anuncios de recetas y medidas para enderezar el camino, hasta que recientemente se ha dado a conocer la composición de una comisión de expertos que esperamos que nos ilumine.

Hay consenso en el hecho que las causas son múltiples, pero se puede hacer una simplificación chapucera y decir que hay dos grandes tendencias: los que opinan que la innovación educativa ha hecho daño y defienden volver a modelos dejados atrás que han demostrado ser más eficaces y los que creen que la innovación es el camino y que es necesario profundizar más, con más preparación y más medios.

Hay un detalle que se suele dejar de lado en los debates y análisis sobre qué ha pasado, y creemos que tiene importancia. Un elemento que ha perdido presencia y protagonismo en la enseñanza en los últimos años es el material educativo realizado por editoriales especializadas. Los libros, si lo desea. Ha habido una corriente con mucha influencia (incluso favorecida por el propio departamento de Educación, en ocasiones) que ha hecho creer que “los libros” son una mala influencia, que arrastran a maestros y alumnos hacia lo peor de la educación tradicional , rígida, memorística, etc. Y que ha defendido que es más adecuado trabajar sin materiales, o si acaso con los que pueden hacer los propios docentes... con sus medios y en los ratos libres. Al respecto último, y con todo el respeto por todos: sin comentarios.

Entendámonos, por favor: no hablemos de los “libros de texto de toda la vida”. Los argumentos antilibros nos sabemos muy bien, pero no son del caso: forman parte de un discurso antiguo y caduco, tanto como los viejos libros que critica. Es como si ahora criticáramos el tren porque hace mucho humo, o las máquinas de escribir porque no están conectadas y no son prácticas. Hablamos de otro tipo de materiales: modernos, flexibles, adaptables y actualizables, en soportes diferentes... y sobre todo rigurosos y hechos por especialistas y profesionales.

Fuera de contexto puede sonar estrambótico, pero afirmaciones como las siguientes no son extrañas en boca de maestros y educadores cuando se habla de educación en nuestro país (y se llaman con orgullo): “Hemos abandonado los libros para mejorar el aprendizaje y el trabajo en el aula”, “Como queremos innovar, trabajamos sin libros”. Los libros y editoriales, una lacra a evitar.

Es un hecho que en los últimos diez años el uso de contenidos y proyectos educativos realizados por profesionales se ha reducido de manera importante. ¿Alguien puede argumentar que este hecho haya tenido un impacto positivo en el aprendizaje? ¿Y al revés? ¿Tiene alguna consecuencia no deseada? ¿Qué utilizan los docentes y alumnos de los centros que han decidido prescindir de lo que hacen las editoriales? Y eso que utilizan, ¿tiene la calidad necesaria (de rigor en los contenidos, de planteamiento didáctico, gráfico...) y es lo suficientemente útil?

¿Creo que es un elemento a tener en cuenta (también) en los análisis del pasado y las propuestas de futuro: ¿utilizar materiales educativos de calidad tiene efectos positivos o negativos? ¿Quién debe elaborarlos y qué papel deben desempeñar?

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