Joan Fuster merece ser leído y releído. Merece ser escrito y reescrito. Fue, y sigue siendo a través de su obra, un gran intelectual, el ensayista más relevante en lengua catalana de la segunda mitad del siglo XX. Desde Sueca, empezando casi de la nada, en medio de un franquismo ambiental y real como mínimo ridículo, inventó casi a solas unas cuantas cosas. En primer lugar, y lo más importante, se inventó a él mismo como hombre de letras, como erudito, como intelectual con vocación de influir. En segundo lugar, inventó o repensó de cabeza y de nuevo la nación valenciana y, como concepto inseparable, la idea política de Países Catalanes, dos operaciones inseparables, a pesar de que la primera cuajó y la segunda no. En tercer lugar, inventó un estilo literario y de pensamiento a caballo entre el ensayismo y el periodismo, escéptico e irónico, pero también comprometido y cívico, un ejemplo que ha fructificado. Este conjunto de operaciones conforman lo que tendríamos que calificar de fusterianismo, una visión particular del mundo, del país y del propio entorno cultural producto de una época que, a pesar de su limitada repercusión popular, ha tenido continuidad en el tiempo, sobre todo en el mundo de la cultura.
Sin Fuster, la cultura catalana y el País Valenciano habrían tardado más en salir de la mediocridad del franquismo, en reconectar con Europa, en pensarse autónomamente y con plena libertad. Fuster se propuso ser un pensador europeo, con intereses universales, y lo consiguió plenamente. Uno de los primeros en reconocerle la altura y el mérito fue Josep Pla, con quien desde la diferencia ideológica estableció una fuerte amistad fruto de la admiración mutua. El de Sueca no salió adelante en su visión política nacional, pero tanto él como el de Palafrugell hicieron una tarea incansable para salvar las palabras, para relanzar la cultura catalana, para insertarla en el gran corriente de la cultura global, para enlazar pasado y futuro.
Homenajear a Fuster en su centenario, como se está haciendo tanto desde el País Valenciano como desde las Baleares y Catalunya, es necesario y es interesante: es darnos una oportunidad, es hacernos un fabuloso regalo colectivo. Por mucho que en vida rehusara los homenajes, le habría gustado. Y le habría gustado que se hiciera no para santificarlo, sino para dialogar. Esto es el que se está haciendo. Cada país a su manera, pero todos a la vez. Desde el ARA nos hemos sumado con un acto en el Palau de la Música Catalana. Y la cuestión es que Fuster da para mucho. Él mismo decía que la vertiente política solo abrazaba un 10% de su obra. Queda mucho Fuster por redescubrir, pues. No te lo acabas: habló y pensó sobre todo, con una aguda inteligencia, con sentido del humor y de la realidad, con distancia escéptica y a la vez con pasión y convicciones, por mucho que las escondiera. Leerlo es pasárselo bien, es descubrir un universo mental y erudito rico y diverso. La reedición de su obra, en la cual están participando sellos muy diversos, tiene que servir para volverlo a situar como el referente cultural imprescindible que es. Porque, tal como decía él, "ya conocéis el célebre aforismo griego: «Joan Fuster es la medida de todas las cosas»". Que lo siga siendo por muchos años.