Para ser joven ya no hace falta el catalán

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Un grupo de jóvenes hacen turnos para saltar al agua al puerto del Foro, en Barcelona.

Los primeros días de septiembre se publicaba la última encuesta a la juventud de Barcelona, en medio de una atmósfera cargada de aires de botellón. En la descripción de la realidad joven, uno de los colores destacaba que el número de adolescentes y jóvenes que usaban el catalán como lengua habitual no llegaba al 30% (que este porcentaje era inferior al de la anterior encuesta y que todo es diferente según el “barrio”). Sé perfectamente que el tema de una lengua minoritaria, en una sociedad digital y global, es estructural, depende de la economía, la política y la lingüística, pero he pensado que podría venir bien una pequeña (muy pequeña si queréis) lectura en clave humanamente joven.

En los años 70 estuve implicado en la conversión de una escuela de barrio en una escuela activa, que después acabaría formando parte del colectivo de escuelas públicas catalanas (CEPEC). Trabajábamos para implicar a las familias e hicimos de la lengua debate educativo y cuestión común. Los padres obreros de la Siemens o la Clausor y las madres trabajadoras domésticas en Sarriá aceptaron activamente el catalán como lengua de futuro que permitiría que los hijos llegaran a ser como los de arriba. Incluso se creyeron aquel eslogan del PSUC de "un solo pueblo". Buena parte de los jóvenes que salían de la escuela (en aquel tiempo todavía no existía el derecho a la adolescencia) asumían que el catalán era la lengua de sus aspiraciones. Aquello que aspiraban a ser pasaba por el catalán.

En los años 80 ayudaba a construir lo que después llegaría a ser el área de Juventud de la Diputación de Barcelona. Una de las actividades fue poner al marchar el concurso Paraula de Rock, tratando de provocar entre los jóvenes metropolitanos la escritura de letras en catalán, que después serían musicadas. Enseguida vendría el potente movimiento del rock catalán híbrido, que hizo posible una nueva realidad: se podía ser joven en catalán. Aquella pequeña iniciativa pretendía saltarse la vivencia de que el catalán era lengua de gente mayor y poco menos que rural. De hecho, en aquella década y la siguiente se generó entre buena parte de grupos juveniles la vivencia de que el catalán formaba parte de sus estilos de vida joven. Tribus diversas lo podían incorporar del mismo modo que lo hacían con la forma de vestirse o divertirse. Solo había que tener en cuenta que no podía ser el idioma solo de una tribu y que (como todas las lenguas) los jóvenes lo usan alterándolo.

No. No continuaré con las décadas. Pasamos al 2005. Desde la Fundació Bofill, habíamos trabajado en una muestra diversa de institutos, en medio de la diversidad adolescente, para hacer la investigación-acción “Argumentos adolescentes. El mundo de los adolescentes explicado por ellos mismos”. La diversidad ya era en muchos lugares segregación y la adscripción lingüística se estaba convirtiendo en una variable que definía la pertenencia a un grupo. Dominar la lengua ya no garantizaba que el otro grupo te dejara formar parte del suyo. Muchos más adolescentes empiezan a pasar del catalán porque ni los define ni les hace posible formar parte de diferentes grupos jóvenes de su sociedad. Son años de confrontación en los que a menudo me tocará hacer de mediador juvenil.

Un ejemplo bucólico de aquellos años, en respuesta a la pregunta de cómo creían (a los 15 años) que sería su futuro: “Tendré 20 años, estudiaré en la universidad en Barcelona, estaré metido en un sindicato o asociación independentista, iré a manifestaciones, viviré en un piso con los amigos, tendré novia (espero), no practicaré ninguna religión, tendré sexo, iré de copas, viviré la vida en el momento, votaré a ERC, escribiré artículos en el Avui, iré a Euskal Herria de vacaciones, a todas las acampadas jóvenes, etc., me haré pacifista”. Obviamente, los relatos de otros muchos grupos, que compartían clase, eran diferentes y polarizados.

Año tras año, la complejidad ha aumentado, las generaciones jóvenes se suceden y el mestizaje es cotidiano. Igualmente, los adultos llevamos años de vida colectiva fuerza enloquecida y con muchas pérdidas (oficialmente negadas) en los mecanismos que aglutinan una sociedad. Ahora, para muchos grupos de adolescentes y jóvenes, el catalán ha dejado de ser una lengua amable, ya no está entre los componentes que conforman la manera de ser y convivir. No facilita un hipotético futuro mejor, no define una forma de ser joven atractiva, no garantiza la posibilidad de formar parte de la sociedad (o define sociedades que les son ajenas). A menudo no es más que un idioma académico que hay que saber (y saben) para aprobar.

Quizás me entenderán mejor si van a ver la película Chavalas y tratan de encontrar sentido en la metáfora del entorno en el que las protagonistas celebran una despedida de solteras.

Jaume Funes es psicólogo, educador y periodista
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