El constante goteo de noticias sobre la situación de los jóvenes pone de relieve cómo, en esta transición entre épocas que atravesamos, ellos son de los que más sufren los efectos negativos de todo. Por un lado, las nuevas generaciones son las que teóricamente llegan a estos momentos de grandes cambios con mejores instrumentos para hacerles frente. Si lo miramos globalmente, tienen un nivel educativo, en términos generales, muy alto. Sin punto de comparación con el que había en el momento de la transición política a la democracia. Si en 1960 había en España cerca de 200.000 estudiantes universitarios, y en 1980 esta cifra llegaba a 700.000, el curso pasado superaron el 1.700.000. Si miramos los niños y niñas de 2 años, en 1977 había escolarizados un 6%, y hoy estamos hablando de un 60%. Cerca del 50% de los jóvenes de entre 25 y 34 años tienen educación superior. Por encima de los niveles de la Unión Europea y de la OCDE. A pesar de que hay que señalar que en estudios secundarios y en tasas de abandono la situación es mucho más preocupante.
Por otro lado, desde el punto de vista tecnológico, en el informe del Centro de Adolescencia y Juventud sobre jóvenes y tecnología se señala que el 80% de los jóvenes tienen smartphone y ordenador, y que más de un 90% participan en redes digitales. Dos de cada tres creen que sus competencias tecnológicas son elevadas. La comparativa con el resto de países de la Unión Europea sitúa al conjunto de jóvenes de España por encima de la media europea, a pesar de que cuando se miran los usos que se hace de la tecnología la relación con el nivel educativo comporta diferencias notables si hacemos referencia a temas que no sean estrictamente de ocio o de interacción social.
Donde las cosas son claramente peores es en los temas laborales y en los procesos de emancipación. En cuanto al trabajo, España muestra cifras preocupantes tanto en cuanto a las oportunidades de trabajo como en cuanto a la temporalidad. Y la evolución en los últimos años no presenta síntomas de mejora. Desde el 2009, la tasa de ocupación de los jóvenes de entre 16 y 29 años ha pasado del 43% al 38%. Se ha reducido un poco la tasa de paro, que ha pasado del 28% a un todavía muy preocupante 24%, mientras que la temporalidad en estos mismos años ha seguido creciendo, del 44% al 55%. Y si hablamos de emancipación constatamos que es en España, junto con Italia, donde los jóvenes tardan más tiempo en poder disponer de una vivienda donde vivir de manera independiente. En los países nórdicos este proceso de emancipación se concentra en la franja de los 20 a los 24 años, mientras que en España e Italia se hace alrededor de los 30 años. Y las cosas van a peor. Si en 2006 un 12% de los jóvenes de entre 20 y 24 vivían fuera de casa de los padres, en 2020 el porcentaje es solo del 7%. Y si en 2006 había un 44% de los jóvenes de entre 24 y 29 años que habían dado el salto a un domicilio diferente al de los padres, en 2020 esta cifra se había reducido al 37%.
Los estudios del Centro de Adolescencia y Juventud incorporan también los datos de las comunidades autónomas. Y, por lo tanto, podemos ver la situación de Catalunya en comparación con las otras comunidades, y en comparación con el resto de Europa. El índice sintético que relaciona todas las variables mencionadas muestra que la situación de la juventud catalana es mejor que la del conjunto de España, pero se sitúa por debajo de la del País Vasco, Navarra, Madrid y Aragón. Pero todas están por debajo del índice del conjunto de la Unión Europea.
En definitiva, podemos decir que no es nada extraño que el ruido que hacen los jóvenes en relación a su situación y en relación a su futuro no sea precisamente armonioso. La disonancia y la estridencia con la que muchas veces se expresan muestran probablemente tanto su propia transición generacional como la contradicción entre capacidades y expectativas. Seguramente las pasiones que manifiestan pueden ser consideradas errores propios de un diagnóstico poco esmerado. Porque sus males no son solo suyos, y la situación general de incertidumbre y vulnerabilidad no los afecta solo a ellos. Pero sí hay que reconocer que su situación a la intemperie y la falta de espacios donde expresarla puede llevarlos a mostrar su enojo y malestar de formas más corporales que verbales. Si no se encuentran amparados ni escuchados, rechazan todo aquello que entienden solo como discursos vacíos. Las situaciones de violencia no tienen por qué expresar una finalidad. Pueden ser simplemente una manera de mostrar el no sentido de todo lo que los rodea. De lo que les han dicho que hagan y que no los lleva a ninguna parte. Como dice la psicóloga Susanna Brignon, los jóvenes piden respeto, y muchas veces para hacerlo son irrespetuosos, pero, aun así, siguen pidiendo respeto.