Del rearme a la guerra comercial

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Ursula von der Leyen, Xi Jinping y Emmanuel Macron en París.

Armamento. Este interregno global es cada vez más beligerante. De la contestación de las normas internacionales a la guerra comercial; del rearme y la impunidad militar a la debilidad de la diplomacia. “No habíamos visto las armas nucleares desempeñar un papel tan destacado en las relaciones internacionales desde la Guerra Fría”, afirma Wilfred Wan, director del Programa de Armas de Destrucción Masiva del SIPRI. El Instituto Internacional de Estudios por la Paz de Estocolmo acaba de publicar su informe anual, alertando contra la “normalización” de la amenaza nuclear. La diplomacia del desarme pasa por horas bajas, mientras que la escalada retórica de la amenaza atómica ha entrado a formar parte de los hipotéticos escenarios de los conflictos, como en Ucrania o Oriente Próximo. Mientras, el número de cabezas nucleares sigue creciendo a escala global, sobre todo por la acelerada ampliación del arsenal chino.

Si en la década de los 90, en plena desaparición de la Unión Soviética, los expertos hablaban del “dividendo de la paz”, ahora el mundo parece abocado a invertir en los dividendos de la guerra. La industria del armamento es la ganadora.

Una encuesta del diario Financial Times sobre los planes de contratación de las principales empresas europeas y estadounidenses de defensa y aeroespacial constata la incorporación de miles de trabajadores en los próximos meses para poder entregar el gran volumen de pedidos que tienen, "cerca de los máximos históricos", según el rotativo. Las empresas mundiales de defensa están reclutando a trabajadores al ritmo más rápido desde el final de la Guerra Fría. Son los dividendos de un rearme, alimentado por esa desregulación global que aumenta los niveles de incertidumbre y conflictividad.

Aranceles. También se acelera la guerra comercial. La campaña electoral en Estados Unidos ha acabado convertida en una carrera por el proteccionismo. Si Joe Biden anunció la aplicación de aranceles a una serie de productos chinos, incluida una tarifa del 100% a los vehículos eléctricos, Donald Trump ha prometido aranceles del 200% a los coches chinos, más un 10% en todas las importaciones de todas partes.

Aunque la economía china está tocada, sus fábricas, muy subvencionadas, están desbordadas de productos para la exportación que inundan los mercados globales a precios imbatibles: placas solares, baterías, biotecnologías... Las importaciones europeas de coches eléctricos chinos han pasado de cero a 12.000 millones de euros en tan solo cinco años.

El miedo a la inseguridad se ha impuesto en ambos lados del Atlántico. Ante la constatación de una retirada económica de la Unión Europea, cada vez más alejada de China y Estados Unidos, Bruselas también se apuntó, la semana pasada, a las barreras comerciales al coche eléctrico, en una escalada proteccionista que ahora amenaza con girarse en contra porque Pekín estudia si impone aranceles al sector porcino europeo en una medida que puede afectar a la industria cárnica catalana.

Pero la guerra comercial también deja dividendos. Nuevas potencias imprescindibles se están consolidando en esta reconfiguración del comercio mundial. Son los países en torno a los que pivota la globalización, como México, Marruecos, Vietnam o Indonesia, que hacen de conectores entre gigantes económicos en competición o, directamente, de puerta de entrada de fabricaciones chinas hacia Europa o Estados Unidos.

El mundo se reconfigura desde la competición y el miedo.

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