Las dinámicas y tensiones entre territorios urbanos y no urbanos, entre espacios más o menos ruralizados, han cambiado notablemente a lo largo de los años. Esto se ha manifestado de muchas y diversas formas: densidades de personas, densidades y provisión de servicios, más o menos contacto con la naturaleza, movilidad forzada y voluntaria, precio de las viviendas, homogeneidad o diversidad de los habitantes, niveles divergentes de seguridad, gasto heterogénea de agua o energía, problemas de aislamiento, soledad o salud mental derivados o no del lugar donde se vive, o simplemente el poder o no generar vínculos de comunidad con los que te rodea. Las ciudades han tenido tradicionalmente la ventaja de vivir como cada uno quiere y puede, pero acompañado de extraños, mientras que los pueblos y espacios rurales potencian más vínculos de confianza, con el riesgo del embalse.
Desde hace muchos años hemos oído hablar del modelo de vida americana. Aparentemente, la gran transformación que supuso el fordismo y el acceso masivo a productos hasta entonces considerados de lujo y sólo accesibles a unos pocos privilegiados permitió estructurar una alternativa a los problemas de un sitio y otro. Si tú puedes disponer de un coche a un precio razonable, ser propietario de una casa con una cantidad de espacio que te costaría mucho más conseguir en la ciudad, y dispones de equipamientos como nevera, lavadora e incluso piscina, en un entorno verde, saludable y seguro, ¿qué haces en la ciudad? “Las ventajas del campo y las comodidades de la ciudad”: éste fue el eslogan que se utilizó para promocionar la construcción masiva de urbanizaciones recién terminada la Segunda Gran Guerra. En pleno regreso de los soldados, con ganas de establecerse y tener familia. Una casa unifamiliar, con espacio para el coche, jardín y quizás incluso piscina, con una mujer sonriente que espera que vuelva el marido del trabajo mientras el niño juega tranquilo al volver de la escuela. Éste fue el modelo que se estableció como referencia del estilo de vida de la clase media americana y ahora tenemos la oportunidad de ver sus inicios, despliegue y decadencia o evolución en la magnífica exposición que bajo el título de Suburbia presenta el CCCB. Una exposición comisariada por Philipp Engel, con el apoyo de Francesc Muñoz para todo lo relacionado con el análisis de sus influencias en Cataluña.
La exposición tiene la ventaja de que no sólo permite ver los orígenes del fenómeno del suburbo americano (jugando aquí también con los significados diferentes que tiene el término suburbio en el contexto americano y en el contexto europeo) y cómo Estados Unidos hizo bandera (con presencia propagandística en los años 50 en la Feria de Muestras de Barcelona o en la URSS de Jruschov), sino que también puedes ver cómo ha ido cambiando el modelo, los momentos de crisis y decadencia, así como su continuidad actual, con mayor mezcla étnica, con presencia de nuevos centros de trabajo y con una renovación de los centros comerciales. Allí donde había homogeneidad social y de color, ahora hay de todo: urbanizaciones de ricos y urbanizaciones de pobres, hay blancos, afroamericanos y asiáticos. Los americanos siguen marchando de la ciudad y eventos como la pandemia o las posibilidades del teletrabajo ayudan a ello.
También tenemos suburbos en nuestra casa. Las urbanizaciones y las grandes manchas de hileras de casas adosadas también tienen su espacio en la muestra. Como bien sabemos, la Cataluña actual es básicamente urbana. Pero la presencia de las urbanizaciones dispersas es significativa, no sólo en la región metropolitana, sino también en otros lugares del país. Y lo es no sólo en lo que se refiere a la vivienda, sino también por la creciente dispersión de actividades económicas, espacios de comercio y zonas de recreo, como bien apunta Francesc Muñoz en el muy recomendable catálogo de la exposición. Más allá de la retórica de “la caseta y el huerto”, que expresaba un deseo de huir de los problemas de la ciudad industrial, el crecimiento sostenido de esta urbanización dispersa provoca muchos problemas de movilidad individual, con lo que implica de contaminación, y un uso exagerado de recursos como sol, energía o agua (que duplica al de las ciudades), al margen de los déficits de infraestructuras o de servicios básicos.
Sin embargo, parece claro que en el futuro habrá que combinar varios tipos de respuesta a estos problemas, ya que las respuestas a los cambios de todo tipo que experimentamos no apuntan a una sola dirección ni a un único modelo de vida. Cataluña tiene hoy una urbanización dispersa y muy diversificada. Y habrá que encontrar formas de compensar y corregir muchos de los déficits que tenemos en los diferentes espacios y hábitats. Renaturalizar y hacer más amables las ciudades generando más espacios de relación y convivialidad tendrá que combinarse con hacer más urbanas las urbanizaciones, nuestras suburbos. Reducir consumos energéticos y de agua, mejoras en la movilidad, servicios cercanos y generación de espacios de relación y de responsabilidad colectiva. La exposición del CCCB y el momento electoral que vivimos pueden ayudar a pensar y emprender acciones estratégicas que vayan más allá del corto plazo.