Hoy hablamos de
Mohamed Houli, condenado por el 17-A, en la comisión de investigación del Congreso
20/02/2025
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En política parece que se ha consolidado el todo vale. La semana pasada, sin ir más lejos, se permitió –se pidió, de hecho– que un terrorista se sentara en un órgano de representación ciudadana para dar su opinión. La amable invitación la recibió de Junts per Catalunya. Esperamos que los de Míriam Nogueras estén satisfechos con el resultado: que un fanático que preparaba bombas para dinamitar el Camp Nou o la Sagrada Família fuera recompensado con unos inmerecidos minutos de gloria.

Si yo, que tuve la suerte de no sufrir directamente los efectos de los atentados, me sentí golpeada por la visión del yihadista en el Congreso, no puedo imaginarme cómo lo habrán vivido los supervivientes y los familiares de las víctimas. Se me revuelve el estómago al recordar aquella tarde de agosto y aquellos chicos que iban apareciendo en las pantallas, tan familiares que podían ser "de los míos". Entre las muchas instantáneas de esos días hay una que me quedó grabada: la de aquel joven cabizbajo y esposado que llevaba un pijama de color azul. Sé que el pijama era del hospital, pero a partir de entonces yo ya me lo he imaginado siempre dentro de la casa de Alcanar, preparando a la "madre de Satanás" con aquella indumentaria tan casera, tan cercana. Y pensar en un terrorista que duerme y come y lo hace todo como el resto de personas, pero también fabrica bombas, me resulta perturbador. Claro, ¿qué pensaba? Los terroristas también tienen pijamas. Solo que aquel joven se lo habría puesto para masacrar a multitudes. No quería matar a alguien concreto y conocido por quien sintiera una animadversión surgida de algún conflicto personal, no, sino que su anhelo, su objetivo, era matar a muchas personas desconocidas para inocular el veneno del miedo en las conciencias de quienes las sobrevivían. Y de paso enturbiar la convivencia instalando la desconfianza hacia todos los que pudieran ser vistos como él por tener la misma religión, nacionalidad u origen. Fuimos el resto, quienes llevamos alguna aspirada en el apellido como la de Houli, quienes tuvimos que explicar que no tenemos nada que ver con alguien que podía imaginar y planificar fríamente aquella atrocidad. Que el terrorista condenado no es "de los nuestros" todavía me quedó más claro cuando lo vi ante los políticos y con la cara dura se permitía mostrar un arrepentimiento cosmético, superficial y oportunista presentándose a sí mismo como víctima. Repelió cualquier asunción de responsabilidades diciendo que él ya estaba condenado y que lo que había que hacer era buscar a quienes permitieron que el imán les comiera la cabeza. Y menos mal que no rescató la ignominia de los "autores intelectuales" del 11-M. Que Puigdemont aplaudiera la aparición estelar del condenado con un "más claro no lo puede decir" y diera credibilidad a sus palabras denota una triste derrota moral y muy poca preocupación por las víctimas, aunque se dijera que era por ellas que se había pedido la comparecencia de Houli. Tanto que le habíamos reprochado a la derecha española la instrumentalización partidista del terrorismo de ETA. Espero que a los de Junts les haya merecido la pena la repugnancia insoportable que nos regalaron, que les aprovechen las declaraciones del aspirante a asesino masivo. Su negativa a responder a las preguntas de los diputados, también de una Pilar Calvo que nos recordó que Houli no había matado a nadie (aún tendremos que darle las gracias por haberse quedado en Alcanar), fue una humillación que no nos merecíamos. Y que la diputada acabara hablando de integración y haciendo público el nombre de la hermana del terrorista sin que tenga nada que ver con el tema tratado demuestra que en estos momentos todavía no hemos entendido que el yihadismo va de ideología y fanatismo, y no de incorporación a la sociedad de acogida.

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