Sobre Trump y el racismo en Estados Unidos

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El rostro de Donald Trump en el autobús de su movimiento 'Make America Great Again', en National Harbor, en el estado de Maryland.

Cuesta comprender que un personaje como Donald Trump se haya adueñado del Partido Republicano y tenga serias posibilidades de volver a la Casa Blanca. Hay un montón de razones más o menos complejas. En estos casos conviene apelar a Guillermo de Ockham y a su famosa “navaja”: “en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable”. La explicación más simple, más probable y más respaldada por los hechos, la que relaciona unos argumentos con otros, se resume en una palabra. Racismo.

Antes de entrar en materia, me permito aconsejarles una excelente novela: “Golpe de gracia”, de Dennis Lehane. El marco de la historia es la batalla racial que en 1974 enfrentó en Boston a ciudadanos de origen irlandés y ciudadanos de origen africano. Se decidió acabar con las escuelas segregadas pero, dado que los barrios también estaban segregados (ojo, 50 años después la segregación se mantiene), un cierto número de estudiantes irlandeses fueron trasladados “manu militari” a escuelas negras de barrios negros, y un cierto número de estudiantes negros fueron enviados a escuelas blancas de barrios blancos.

Hicieron falta autobuses blindados y protección militar. El trauma fue tremendo. Lehane era entonces un niño “irlandés” de nueve años que vivía en el sur de Boston, la zona más pobre de la ciudad, estrictamente dividida (a veces era cuestión de unos metros) entre blancos y negros. Su familia odiaba a los afroamericanos y evitaba relacionarse con ellos. En lo que cuenta hay mucho de testimonio.

Boston, bastión demócrata, sigue siendo hoy una de las ciudades más racistas y segregadas de Estados Unidos.

Donald Trump es racista. Su abogado personal durante 12 años, Michael Cohen, reveló en el libro “Disloyal” la obsesión racial del ex presidente y su desprecio hacia los afroamericanos. También son racistas en su gran mayoría los votantes de Trump. En “Identity crisis”, varios autores diseccionan las elecciones presidenciales de 2016 y revelan que el sorprendente triunfo de Trump sobre Hillary Clinton, que las encuestas no preveían, se debió a votantes que en la intimidad de la cabina electoral decidieron poner sus prejuicios étnicos y raciales por delante de cualquier otra consideración.

No les aburriré con citas de informes oficiales y académicos sobre la perpetuación del racismo en Estados Unidos. Son demasiado abundantes. Bastará con algunos datos. Desde 2014, el FBI señala a los supremacistas blancos como el principal riesgo terrorista en el país. En 2017, el comité contra el racismo de la ONU advirtió a Estados Unidos sobre el peligroso auge del nacionalismo blanco. En Florida se ha prohibido enseñar la historia de los afroamericanos, incluyendo el esclavismo. Los bancos no conceden hipotecas a los afroamericanos y latinos que quieren mudarse a un barrio blanco (ahí no cuentan los afroamericanos ricos).

¿Cuáles son las vigas maestras del programa político trumpista? Primero, el rechazo a la inmigración ilegal (latinoamericana). Segundo, la abolición de la “discriminación positiva” dirigida a favorecer educativa y laboralmente a las minorías étnicas. Tercero, guerra a muerte contra los cárteles de la droga (latinoamericanos). Cuarto, eliminación de los encargados de velar por la inclusión, la diversidad y la equidad en las escuelas. Y quinto, acabar con la “discriminación racial” en los centros de enseñanza (la discriminación a la que se refiere vulnera supuestamentelos derechos de los blancos).

La segregación de razas fue oficial en los estados sureños, y oficiosa en el norte, hasta que el presidente Lyndon Johnson firmó en 1964 la legislación sobre derechos civiles. Hace sólo 60 años de eso. Durante los dos mandatos de Bill Clinton (1993-2001) fueron incendiadas 145 iglesias negras en el sur. La desindustrialización y la crisis financiera de 2008 hicieron que perdieran su empleo muchos blancos con escasa educación e ingresos bajos: fue fácil convencerles de que sus problemas se debían a la “discriminación positiva” favorable a las minorías étnicas y a una inmigración latinoamericana descontrolada.

En los últimos meses, las acusaciones de “antisemitismo” (por permitir o apoyar manifestaciones contra la matanza que Israel perpetra en Gaza) han permitido lanzar violentas campañas públicas contra rectores y profesores universitarios afroamericanos.

En el país más rico y poderoso del mundo, algo tan estúpido como el racismo vuelve a ser un factor político crucial y tal vez decisivo en las elecciones de noviembre. 

Enric González es periodista
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