El poeta alquímico y estudioso picassiano Josep Palau i Fabre escribía en 1999, antes de que los móviles colonizaran nuestras vidas: "Vivimos asediados y asaltados constantemente por imágenes de todo tipo: anuncios luminosos, cine, televisión, revistas ilustradas, hojas publicitarias. No es de extrañar que el genio más contundente y característico del siglo XX se haya revelado en términos plásticos y visuales. Contra todo lo que puede parecer, Picasso es el gran antídoto a la droga diaria y embrutecedora de las imágenes estereotipadas que nos asaltan" . Aún no había memes ni YouTube, Instagram o Tiktok. Pero la letra y la palabra ya habían cedido paso a la cascada visual como medio de comunicación y de expresión preponderante. Picasso y Miró nos han legado una paleta de formas y colores, unas rompedoras (vanguardistas) miradas plásticas sobre el ser humano y el universo, que han pasado a formar parte de nuestro bagaje estético. Los tenemos interiorizados, tanto o más que la escultura griega. Resuenan dentro de nosotros. Nuestros ojos son en buena medida picassianos y mironianos: deconstruimos y poetizamos. A esta fuerte presencia ha contribuido, por supuesto, la multiplicación comercial de su estética. Su triunfo fue también su prenda. Estar en el mundo y subvertirlo, abrazarlo para transformarlo con las respectivas potencias creativas, comportaba también dejarse tragar por el mercado del arte y por la historia: su actitud revolucionaria, rompedora, ha acabado siendo canónica. Han hecho historia.&_BK_COD_
La voracidad de la cultura de la imagen, que como decía Palau i Fabre había explotado en el siglo XX, hoy nos desborda, nos agobia. Picasso y Miró han sido devorados y replicados, por no decir escupidos, por un océano digital inabarcable que la inteligencia artificial multiplicará hasta el infinito. ¿La IA matará la creatividad? ¿O la potenciará al máximo? ¿Qué habrían hecho los genios pictóricos y escultóricos del siglo pasado con esta herramienta? ¿Cómo se le habrían apropiado o cómo le habrían triturado? Uno de los mensajes de las vanguardias fue también el regreso a la materia y al primitivismo. Quizás aquí radica una de las claves para trascender el alud de la imaginería tecnológica. Reconectarse con el mundo a través de la artesanía.
Si Picasso era terrenal y omnívoro –todo lo tragaba y rápidamente lo regurgitaba pasado por su criba visceral–, Miró fue introspectivo: pensaba y miraba al cielo. El primero vomitaba, el segundo digería. Ambos plenamente comprometidos con las tragedias de su tiempo, proféticos y audaces. Su revolución artística iba en paralelo a la revolución social, política e ideológica, al combate por la libertad y contra los totalitarismos. Su compromiso era apasionado, total. Éste es su otro legado: no se puede crear al margen del mundo. La lucha climática, el feminismo, la paz, la justicia social, la democracia amenazada, todo esto es lo que hoy nos mueve o debería movernos.
Picasso y Miró siguen aquí para recordárnoslo. Si queremos atribuirnos alguna misión cultural, que sea la de combatir su banalización. Que la clonación digital no transfigure su esencia. "Entiendo que un artista es alguien que, entre el silencio de los demás, utiliza su voz para decir algo, y que tiene la obligación de que esa cosa no sea algo inútil sino algo que haga servicio a los hombres", decía en 1979 un Miró ya mayor que, según Antoni Tàpies, "personificaba el espíritu más elevado de Cataluña (...) Ha plasmado como nadie el grito solar y angustiado de nuestro pueblo, nuestra exuberancia amorosa, libre, nuestra rabia, nuestra sangre... Y con esto, como nuestro espíritu, ha hecho una labor totalmente universal". Desde su exilio interior, Miró nunca dejó de expresarse contra la dictadura con "cosas libres y violentas". Picasso, desde el exilio francés, mantuvo un espíritu combativo permanente.
No dejamos de digerirlos y vomitarlos. No dejemos de hacerlos nuestros.