BarcelonaEl barón de Holbach (1723-1789) es un autor bastante leído actualmente, con retraso, porque revienta las religiones, la teología, Jesucristo, la intolerancia, la Iglesia católica, y muchas más cosas, cuando todo esto ya está casi resuelto , o situado donde toca. La editorial Laetoli –¡es el nombre de un yacimiento arqueológico de Tanzania!– ha publicado todos los libros irreverentes de este ilustrado, hombre de gran fortuna, y uno de los personajes mayores de los salones de las grandes damas parisinas del siglo ; pero en catalán todavía no tenemos ningún título.
Hay un libro suyo que se encuentra en Abebooks.com en lengua hispánica (Madrid, 1812, y siguientes) que en francés se llamaba La morale universelle ou las devoirs del hombre fondés sur sa nature (Amsterdam, 1776), uno de los pocos del barón en el que no se mete ni con el Espíritu Santo ni con los clérigos, que todavía tiene vigencia. El volumen II de este libro lleva un capítulo titulado (traducimos): “De los deberes de los sabios, de la gente de letras y de los artistas”, en el que alaba a la gente que se dedica responsablemente a estas cosas, hombres y mujeres, y en dice elogios que hoy pueden parecernos prehistóricos: “En cualquier tiempo y en todos los países los talentos del espíritu y los hombres y mujeres que poseían han merecido el aprecio y la consideración de sus conciudadanos, y se les ha situado en un rango honorable y distinguido”. Si pensamos en nuestro país, y otros, parece claro que ahora ya no hay nadie que ostente ese sitio honorable –futbolistas aparte–, cuando, de hecho, nosotros tuvimos hasta no hace mucha gente muy notable, considerados “ autoridad”. Verdaguer, Català, Maragall, Carner, Riba –entre los letrados–; Urgell, Manolo, Casas, Mir y otros muchos –entre los artistas–; Pedro y Pons, Puigvert, Barraquer, Broggi y muchos más –entre los médicos–; Vicens Vives o Batllori entre los historiadores, y un grupo más, fueron considerados patriotas y hombres y mujeres venerados y respetables.
Pero D'Holbach insinúa, en ese mismo capítulo, que en muchas culturas, de repente se instala un raro tipo de misticismo que eclipsa la gloria que los mejores hombres y mujeres de un país habían tenido tiempo atrás . Dice: “A veces hay pueblos groseros y salvajes que son guiados por el entusiasmo, sea porque se les ha querido engañar, sea porque se les ha considerado incapaces de ser conducidos por la razón. Por consiguiente, la ciencia de las costumbres y la política que escaqueaban a los sabios y antes a los eclesiásticos, ha sido sustituida por las fábulas”.
Cataluña debe volver a rendir honor a la enorme serie de ciudadanos que hoy, como siempre en nuestra historia, despuntan en todos los campos de la ciencia, las letras y las artes. Están; pero ya no son respetados como merecerían, venerados menos.