En 2023 el saldo comercial de bienes y servicios de la economía catalana con el extranjero alcanzó el 10,4% del PIB –un máximo histórico–. Es decir, exportamos 30.500 millones de euros más de lo que importamos. Cuando una economía exporta más de lo que importa está prestando recursos en el exterior. Desde 2009 la economía catalana exporta más de lo que importa y, por tanto, transfiere recursos fuera –en gran parte para reducir la elevada deuda externa acumulada en el pasado–. Otra forma de verlo es observar la diferencia entre la tasa de ahorro y la de inversión. La tasa de ahorro de Catalunya se sitúa por encima del 30% del PIB y la de inversión por debajo del 20%. Ahorramos una tercera parte más de lo que se invierte en el propio país.
Una de las cuestiones más destacadas en los informes sobre la economía europea coordinados por Enrico Letta y Mario Draghi es la magnitud de la transferencia de recursos desde Europa a otras zonas económicas, a consecuencia de una tasa de ahorro que supera con creces la inversión. En realidad, no es un exclusivo fenómeno de Europa. Tanto Alemania como Japón, con tasas de ahorro en torno al 30% y elevados superávits con el exterior, están en fase de marcado declive demográfico y en su estructura productiva pesan mucho los sectores de tecnologías maduras, intensivos en energía. Sin embargo, las actividades más dinámicas, vinculadas con las tecnologías digitales, están menos desarrolladas. En la medida en que los flujos de inversión se mueven por expectativas de rentabilidad no debe sorprender que parte de su ahorro vaya a economías más dinámicas, en clave tecnológica y demográfica.
¿Y todo esto qué tiene que ver con el bienestar de la gente en Cataluña? Una medida del bienestar tanto convencional como imperfecta pero fácilmente cuantificable es el consumo: invertimos en el presente para poder consumir más en el futuro. Pues bien, en el caso de la economía catalana puede sorprender que el volumen total que representa el consumo de los hogares no ha recuperado los máximos alcanzados en 2007 –ni en valores absolutos a precios constantes ni por habitante. No es algo difícil de explicar, cuando se constata que el principal determinante del consumo, la renta disponible de los hogares, tampoco ha recuperado los valores anteriores a la crisis financiera. La solución pasa por mejorar la productividad, para que los salarios reales y la capacidad de consumo también aumenten. Y para mejorar la productividad es necesario invertir más y mejor.
Si el problema es que no invertimos lo suficiente, ¿los 800.000 millones adicionales de inversión anuales que se piden al Informe Draghi pueden ser la solución? Pues sólo en parte. El factor más crítico no es tanto el volumen de inversión total, como la eficiencia de esa inversión. Japón dedica sistemáticamente a la inversión total un porcentaje muy superior en comparación con EE.UU., pero los resultados en términos de crecimiento del PIB y de la productividad son claramente inferiores. Entre las economías europeas y la americana existen tres factores diferenciales que ayudan a explicar la mayor eficiencia y rentabilidad de las inversiones al otro lado del Atlántico: la capacidad para generar y aplicar tecnología de frontera, la estructura y la tamaño de los mercados, y el papel del estado. Las tecnologías digitales y otras relacionadas con el conocimiento científico y la información tienen una característica común: muestran rendimientos crecientes a nivel. Pero en muchos casos generar y aplicar estas tecnologías requiere grandes volúmenes iniciales de inversión hasta alcanzar el umbral de rentabilidad. Por tanto, aquellas economías con una mayor dimensión que favorezca la especialización y la recuperación de la inversión, combinada con estructuras de mercado que incentiven el dinamismo empresarial gozarán de una ventaja competitiva clara.
Las soluciones posibles
El tercer factor es la intervención pública. Es ingenuo creer que la intervención del sector público en la economía estadounidense es neutra. La inversión pública en EE.UU. supera los valores observados en muchos países europeos. Está muy concentrada en defensa pero también en investigación básica y aplicada. En este sentido, el informe Letta pone el acento en la dimensión y estructura del mercado, mientras que el informe Draghi hace una apuesta clara por un gran impulso tecnológico a escala europea, con un rol impulsor del sector público. Sin embargo, cabe preguntarse si los sectores públicos europeos tienen realmente la capacidad para alcanzar objetivos tan ambiciosos como liderar proyectos estratégicos de inversión a gran escala. Quizás una condición previa sería la transformación en profundidad de las administraciones públicas, no sólo para mejorar la calidad de la regulación, sino también para que puedan actuar de forma efectiva como catalizadores del progreso económico –en colaboración con el sector privado. El objetivo es conseguir que el flujo de inversiones en actividades de alto valor añadido, con independencia de su origen, llegue a ser de una magnitud similar a la del ahorro que ahora no invertimos en el propio país. Esto quisiera decir que los proyectos de inversión con mayor potencial para impulsar la productividad, la renta per cápita y, en definitiva, el bienestar de las personas, encuentran las mismas o mejores expectativas de éxito aquí que en otros países.