Felipe González, el nuevo títere de 'El hormiguero'

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Felipe González en 'El Hormiguero'.

El jueves por la noche, Pablo Motos invitó a Felipe González a divertirse a El hormiguero. El expresidente del gobierno español se pasó una hora entera hablando de sí mismo con el pretexto de realizar un análisis de la situación actual de España y del mundo entero.

González apareció en el plató con una carpeta y, una vez sentado, sacó un ejemplar de la Constitución. Motos destinó a toda la primera parte de la entrevista a hacerle cargar contra Pedro Sánchez, sus socios en el Congreso y la ley de amnistía. “¿En qué país vivimos?”, “¿Existe un proyecto de país? “¿Se puede hablar de un proyecto de país excluyendo a la mitad de los españoles?”. González confirmaba su pesimismo social y político con sarcasmo. Lo contaba con la falsa modestia de que él ya es viejo y de que quizás las generaciones actuales no lo entienden. “Aunque seas antiguo, la verdad sigue siendo la verdad y la demagogía sigue siendo demagogía”, le decía Motos. González le daba la razón. En cada intervención del expresidente alertando del desastre socialista, el público no solo aplaudía sino que lo ovacionaba. Más que obediencia era un fervor descomunal. González recordó, blandiendo el libreto de la Constitución, que en 1978 donde más se había votado fue en Catalunya y, por tanto, debían ser los primeros en respetarla. Y añadía: “La Constitución no es un arma de agresión, sino una de concordia, de convivencia”, pero él, en la mesa, la utilizaba para señalar a todo el mundo. No solo recibieron los políticos catalanes y Pedro Sánchez. Desconfió de Illa y cargó duramente contra Zapatero. Poco a poco, el egocentrismo y la palabrería se fueron haciendo más espesos y a Motos se le hacía difícil seguirle el hilo. Después de una respuesta eterna, se quedó en blanco y el presentador tuvo que excusarse: “Estoy dándole vueltas, perdona”. A González se le desabrochó el botón de la camisa a la altura de la barriga. Su autocomplacencia discursiva le hacía estar cada vez más hinchado. Incluso hacía paros en las explicaciones para decir desde qué año era experto en determinados ámbitos de los conflictos internacionales y aseguró que deberían invitarlo más a menudo a las universidades para que los jóvenes entendieran la realidad. Más que una mirada crítica sobre la actualidad, el expresidente socialista basaba todos los análisis en mirarse el ombligo y explicar batallitas propias. Poco a poco, los aplausos fueron decayendo porque sus disertaciones eran más densas y soporíferas.

El jueves, en El hormiguero, no pasó nada más: solo la verborrea constante de González. No hubo ni secciones de los colaboradores, ni el "culo o codo", ni ninguna tertulia, ningún experimento científico. Ni siquiera las marionetas de las hormigas de trapo, emblema del programa.

Felipe González es ese personaje que, en los años del Procés, las televisiones españolas nos lo intentaron vender como un sabio y un analista audaz, un interlocutor válido para la conciliación y el diálogo. Ahora, con él ya no hacen falta Trancas y Barrancas porque Motos lo ha convertido en el nuevo títere de derechas para legitimar y nutrir el discurso del PP y de Vox.

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